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¡Más sentimiento!

Andrés Ortega

El euro ha nacido, con sensatez y estabilidad, pero sin despertar sentimiento alguno, no digamos ya pasión. Los líderes europeos lo han saludado, sí, pero con una frialdad digna de esta Europa en que se entremezcla la sobriedad castellana con la del protestantismo nórdico. La construcción europea, como ha recordado uno de sus padres, el ex presidente de la Comisión Europea Jacques Delors, en Le Nouvel Observateur, en una conversación con Valéry Giscard d"Estaing, necesita de tres elementos: visión, corazón y necesidad. En la actualidad, sólo se alimenta de esta última.Bien es verdad que el euro no se sentirá de verdad hasta el 2002, en que empiece a circular físicamente y desaparezcan los billetes de las denominaciones nacionales. Pero, llegados a este punto, Europa necesita, al menos, un poco más de sentimiento. El riesgo es que sin él se acabe creando una Europa sin voluntad de influencia en el mundo, o que ésta se limite -lo cual no es poco, pero no es suficiente- a lo económico. Con tal japonización, la Unión Europea se quedaría coja. Además, Europa está hoy falta de visión o, si se prefiere, imaginación. Es ilusorio pensar que los problemas institucionales de una Comunidad/Unión Europea, pensada para seis y ampliada actualmente a 16, con la perspectiva de 21 o más miembros, van a resolverse con un mero ajuste en el número de comisarios o los votos atribuidos a cada Estado.

Hoy mismo, el Parlamento Europeo se va a enfrentar a la Comisión, con la posibilidad de un voto de censura contra el colegio de comisarios en su conjunto, o de reprobación individual a alguno de sus integrantes, en un juego político peligroso, pues tiene más que ver con enfrentamientos entre familias políticas e intereses dispares que con las acusaciones de mala gestión o corruptelas. Lo que se pone, una vez más, de manifiesto es que la Comisión -los comisarios y toda la estructura burocrática- carece de suficiente origen y control democrático, desde luego en proporción a su poder e influencia.

Ahora bien, si el colegio de comisarios, o al menos su presidente, en vez de ser nombrado por los Gobiernos, saliera de alguna forma de las elecciones europeas, la situación sería totalmente diferente. Pues, hoy por hoy, el Parlamento sabe que, jurídicamente, sólo podría censurar a la Comisión en su conjunto, pero que si lo hace, por la improbable mayoría de dos tercios, serán los Gobiernos los que habrán de volver a nombrar a los integrantes de este órgano colegiado. El pulso pone de relieve los vacíos democráticos e institucionales que existen en la UE y la necesidad de ir a una Comisión más fuerte, más supranacional y con más peso político -Santer no da la talla-, y más democrática en su legitimidad. No obstante, la coincidencia del nacimiento del euro con este enfrentamiento institucional, junto con el intento de los países más ricos de reducir la solidaridad interna de la UE, está creando un clima extraño.

Pues, pese al euro, hoy por hoy no se aprecia voluntad política para avanzar hacia una mayor integración -aunque sea para unos pocos-, más allá del gran mercado al que el thatcherismo, cuyo testigo han recogido los socialdemócratas bávaros, quiere hacerla retroceder. Giscard, para el cual "el pragmatismo es una palabra educada para decir que no se tiene visión", cree que Europa va ahora a entrar en una fase de "hibernación". Una vez llegados a la moneda única, para hacer de Europa algo más que un espacio, la UE ha de constituirse en potencia hacia adentro -incluso para construir esa dimensión "económica" que parece haberse olvidado en la Unión Económica y Monetaria- y hacia afuera. Es decir, con la terminología de Delors, una vez en el euro, y llegado a su límite el funcionalismo de Jean Monnet, no basta ya la necesidad, sino que se requiere un salto político, que ha de ser democrático. Y para eso es necesario infundir más entusiasmo. aortega@elpais.es

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