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Candidatos 99

"Virgencita, que me quede como estoy". Esa vieja frase resume el estado de ánimo de Alberto Ruiz-Gallardón, el actual presidente de la Comunidad de Madrid. Ánimo político, se entiende, porque en otras facetas de su existencia, como todo ser humano, agradecería algunas mejoras. Ruiz-Gallardón está en el convencimiento de que si no ocurre ningún desastre, ni le salta marrón alguno de aquí al 13 de junio, las elecciones autonómicas serán para él un paseo militar. Lo piensa fundamentándolo en los resultados favorables de 1995 que, al día de hoy, él entiende que se verían reforzados por su gestión en estos últimos cuatro años. Independientemente de lo que haya hecho bien o mal en este periodo de gobierno, lo cierto es que está vendiendo de maravilla sus logros en la extensión prometida del metro y también un talante más abierto, centrado y menos bronco que el de sus compañeros de partido en otras administraciones. Una imagen que tratará de desmontar como buenamente pueda Cristina Almeida, la candidata del PSOE y Nueva Izquierda para la batalla por el gobierno de Madrid. Una mujer de rompe y rasga confiada en que su discurso irónico y populista logre quebrantar el sólido formalismo retórico del actual presidente regional.

Doña Cristina mantiene la fe en su tirón personal sólo debilitada por el temor a los posibles obstáculos y zancadillas que, de forma más o menos soterrada, le puedan poner algunos elementos activos de los sectores del PSOE que se opusieron a su candidatura desde un primer momento. Almeida es igualmente denostada desde las filas de IU, de las que salió tarifando y a las que podría infligir un correctivo histórico en los próximos comicios por el prestigio de mujer combativa que tiene entre su electorado. El candidato de la coalición Ángel Pérez es un político desaparecido para la mayoría de los ciudadanos que sólo le recuerdan por los cartelones en campaña electoral. Pérez ha dedicado la mayor parte de la legislatura a lidiar los mil y un enfrentamientos internos en el seno de su formación y mantener el delicado equilibrio que lo sostiene como coordinador de la misma. De no esforzarse en los próximos seis meses por proclamar su existencia ante los ciudadanos y explicarles de paso cuáles son las medidas que propone para hacerles más felices, la noche del 13 de junio le resultará muy amarga. A pesar de la bisoñez de que hace gala, puede que no lo tenga tan crudo Inés Sabanés, su compañera en el Ayuntamiento de Madrid. Ha llegado, es cierto, como extraterrestre a la política madrileña tras el compromiso interno de la coalición que fraguó su candidatura. Es cierto también que ha emprendido la singladura arrastrando un grandioso despiste que, desde luego, no le ayuda a despejar el temor que le suscitan los retorcidos colmillos de algunos veteranos del grupo municipal.

Pero esta funcionaria del Instituto Municipal de Deportes tiene la virtud de ser una persona normal y parece que políticamente aún sin malear, propiedades ambas que escasean en el panorama actual. Doña Inés disputará el electorado de izquierdas al ex ministro de Asuntos Exteriores Fernando Morán, cuyas intenciones para solucionar los grandes y complejos problemas de la ciudad son, a estas alturas, una auténtica incógnita. Es más, la relación entre el candidato y el grupo socialista que, se supone, debería instruirle e informarle sobre las claves del funcionamiento interno del Ayuntamiento, es prácticamente nula. Morán se ha montado un sanedrín particular, una especie de tertulia de amiguetes que los propios concejales del PSOE denominan irónicamente "el gabinete del Inserso" por la madurez de sus componentes. Ya sean sabios o jubilados inquietos, lo cierto es que parecen tener una influencia decisiva sobre el candidato y sus propuestas.

Fernando Morán y sus venerables acarician el sueño de desbancar a José María Álvarez del Manzano de la alcaldía de la capital. Un sueño que, de momento, no le quitan al actual regidor de la Villa, convencido como está de que revalidará la mayoría absoluta.

A pesar de los muchos pesares, Manzano sigue fuerte en las encuestas que sólo reflejan signos de debilidad cuando la gente recuerda el castigo de sus obras y lo mal que sigue funcionando el tráfico. La carrera ha comenzado.

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