_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Euroindependencia

LUIS DANIEL IZPIZUA Siempre pensé que los vascos éramos especiales -iba a decir superiores, pero no me atrevo- que nos bastaba, por ejemplo, con apretar los puños, tensar las piernas, inclinar algo el cuerpo hacia adelante y escupir entre dientes una sonora palabrota, para que el Cathay cayera en nuestras manos. Bien, ahora parece que nos hemos vuelto más finos y que nos molan más las estrellas. Tal vez sea debido a las fechas y la estrella de Belén, pero no, pues en realidad hace tiempo que venimos hablando de esa estrella que somos y que tanto echamos de menos en el pabellón azulete. Me refiero, claro, a la bandera de la UE, que, con la profusión de estrellas que nos vaticina Egibar para un futuro próximo, van a tener que cambiarla por una foto de la Vía Láctea. Esta obsesión por las banderas constituye otra constante de nuestra finura última. Nos desvivimos por los símbolos, convencidos de que ser un país no es otra cosa que tener un logotipo y difundirlo. Estar en Europa es también, y al parecer sobre todo, estar estrellado en su bandera. Pero, o bien piensa que no hay realidad sin símbolo, o en caso contrario los juguetes de Navidad le han jugado una mala pasada el señor Egibar y lo han retrotraído a su infancia. Lo digo porque en tiempos de la infancia del señor Egibar, efectivamente, aún no habíamos entrado en Europa, de ahí que sea esa la única explicación que encuentro a su insistencia en que entraremos en Europa en el 2004. Por fortuna, en Europa entramos hace bastante tiempo, aunque juro haber tenido que pellizcarme ante mis juguetes al oír la noticia. A mí me han traído los Reyes un oso de peluche. Por lo demás, tiene razón Egibar cuando afirma que el euro va a resultar revolucionario para Europa, y puede que estribe ahí la razón última de todo este barullo. En efecto, es posible que ese círculo de estrellas de su banderola no sea más que el dibujo de una moneda con toda la exuberancia de brillos que solían tener los dólares de tío Gilito. Y a moneda única, barrido único, o sea, que las estrellas quizás queden como testimonio de lo que fue y no volverá. Poco a poco, pero inexorablemente, Europa va a poseer un riquísimo museo de las diferencias. Las verdaderas diferencias, las que no van a estar en el museo, aún estamos por verlas venir. Ante semejante panorama, comprendo que lo de la estrella se constituya en obsesión. Uno tiene días y días. Se contempla en el espejo vestido, desnudo, de frente, de perfil, y hay veces que la cosa sólo da para llorar. En esas ocasiones, nos puede quedar el consuelo de descubrir que el pezón derecho es, en realidad, un lauburu. Quiero decir que también yo tengo mi orgullo vasco, aunque tal vez no esté bien decirlo. Es cierto que ya no es lo de antes, en parte por este escepticismo que ustedes pueden ver, pero sobre todo porque he aprendido a ver lauburus en los pezones de todo bicho viviente. Antes, a uno le enseñaron que lo de ser vasco era algo grande y que teníamos algo que nadie más tenía y que nos hacía mejores. Mejores, sí, no sólo diferentes, para qué vamos a disimular. Se trataba de una imagen de sí prometeica que tal vez la tengan también los demás países, aunque es posible que acaben descubriendo que todo eso es un camelo; es más, que es un lastre. Algo que aún no ha descubierto, al parecer, Joseba Egibar. Su declaración de que Euskadi es hoy primera velocidad en Europa suena arrogante, y suena también a ese voluntarismo prometeico que asociamos al Rh. Sospecho que Europa va a funcionar por bloques y que la soledad no ofrece buenas perspectivas. Ni formamos parte de su corredor central, que es transnacional, y es el que va realmente en primera velocidad, ni queremos formar parte de sus previsibles bloques. La oposición Norte-Sur puede ser determinante, pero es posible que los bloques se configuren en torno a realidades culturales de indudable poderío, histórica y actualmente. En ambos casos, el amparo franco-español puede resultarnos conveniente, tanto para nuestro desarrollo como para nuestra supervivencia cultural. El reto estriba en lograr el encaje adecuado en ese entorno, y me pregunto si el camino mejor será la persecución de esa estrella que tanto obsesiona al señor Egibar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_