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El Senado inicia hoy el juicio a Clinton con la intención de acabar en unas tres semanas

William Rehnquist, presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, se sentará hoy en la principal butaca del Senado y procederá a tomar juramento a los 100 miembros de esa institución. Los senadores jurarán respetar todas las exigencias constitucionales en el juicio de Bill Clinton. A continuación, Henry Hyde, en nombre de la Cámara de Representantes, leerá las acusaciones de perjurio y obstrucción a la justicia que han provocado el procesamiento del presidente Bill Clinton por el caso Lewinsky. Así comenzará el juicio norteamericano del siglo.

Aunque no físicamente, Clinton se sentará en el banquillo de los acusados. Lo que ocurra a continuación seguía siendo ayer una incógnita para todos y cada uno de los protagonistas. Trent Lott, líder de la mayoría republicana en el Senado, sólo pudo confirmar que el juicio comenzará hoy y se reanudará el lunes. Lott también volvió a expresar su deseo de que se desarrolle en un "ambiente bipartidista" y no dure "más de dos o tres semanas". Tras una jornada maratoniana de reuniones públicas o privadas, lo único que pudo decir Lott fue: "Empiezo a tener una idea de cómo puede ser".

Tom Daschle, el líder de la minoría demócrata en el Senado, expresó también su voluntad de que el juicio sea rápido y evite los agrios enfrentamientos partidistas que provocó el procesamiento del presidente por la Cámara de Representantes. Pero precisó que "ningún demócrata piensa que la comparecencia de testigos ante el Senado puede aportar algún beneficio". Esa comparecencia, añadió, prolongaría el juicio "durante meses".

El grupo de acusadores designado por la Cámara de Representantes, que dirige Hyde, insistió en que quiere tener la oportunidad de probar la solidez de los cargos contra Clinton citando a declarar a los principales testigos del caso Lewinsky. Compartían esa idea varios senadores republicanos conservadores que, como dijo el tejano Phil Gramm, no ven ninguna razón para que "las prisas conviertan el juicio en una farsa".

Aunque existe una fuerte corriente de opinión a favor de que el juicio concluya con una resolución de censura de Clinton, el presidente no tiene garantizada esa salida. Para que sea declarado culpable y, en consecuencia, destituido, se precisa una mayoría de dos tercios de los 100 senadores. La Cámara alta que ayer tomó posesión tiene exactamente la misma composición de fuerzas que la anterior: 55 republicanos y 45 demócratas. Ese dato, en principio, refuerza la idea de que es prácticamente imposible que surja una mayoría partidaria de la destitución.

Pero los senadores norteamericanos tienen como timbre de honor el no seguir a ciegas las consignas de partido. Clinton no tiene garantizada de antemano ni la condena de todos los senadores republicanos ni la absolución de todos los demócratas. Lo recordó ayer el más veterano miembro demócrata de la Cámara alta, Robert Byrd, de Virginia del Oeste.

Byrd se convirtió en el primer demócrata en proclamar que su correligionario Clinton no tiene asegurado de antemano su voto. "Hoy en día", dijo, "no puedo jurar ante mi Dios que votaré de esta o de aquella manera. Puedo inclinarme hacia aquí, puedo inclinarme hacia allí. Eso dependerá de cómo se desarrolle el juicio".

Cautela en la Casa Blanca

La Casa Blanca, escarmentada por su derrota en la Cámara de Representantes cuando ya daba por seguro que no habría procesamiento, aborda el juicio con cautela. Sabe que cuanto más se prolongue será peor para el presidente. Podrán surgir nuevos testigos o nuevas revelaciones, los senadores podrán irritarse por la actitud presidencial, podrá cambiar el clima político y económico, podrá crearse una corriente de opinión favorable a que dimita el titular de la Casa Blanca. Por eso los partidarios de Clinton quieren acortar el juicio y sus enemigos, prolongarlo.

Las primeras sesiones se destinarán a cuestiones de procedimiento. La Constitución concede al Senado amplio margen al respecto y éste sólo tiene un precedente: el del juicio en 1868 del presidente Andrew Johnson, que escapó a la destitución por un solo voto. Pero muchas de las reglas elaboradas entonces son hoy obsoletas. EE UU no era entonces una potencia imperial, su economía no se inscribía en una economía mundial y no existía la televisión.

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