Nuestro museo
Di con él por casualidad, cuando vagaba por las calles gastando suela. Está un poco más abajo que el Auditorio Nacional de Música, en la amplia vía de Príncipe de Vergara, junto a la estación de metro Cruz del Rayo, o sea, un emplazamiento noble y todo lo céntrico de los lugares por donde pasa el suburbano y tres autobuses de la EMT. No lo busquéis en las páginas apropiadas de los diarios porque no viene. Ni siquiera en otro cotidiano, que ha embutido al Prado, el Reina Sofía, con el Taurino y del Ferrocarril bajo el epígrafe alfabético de "galerías de arte". Éste que digo no aparece y podría servir de consuelo que tampoco figuren los varios museos del jamón. Es el Museo de la Ciudad, pertenece al Ayuntamiento de Madrid y, afortunadamente, no le llaman municipal, que es palabra devaluada.Cuatro plantas luminosas que recuerdan el Guggenheim de Nueva York en transparente. Entrada libre y gratuita. Como viejo zorro tomo uno de los ascensores hasta el último nivel; siempre es más cómodo ilustrarse cuesta abajo. Jornada de labor, poca gente. Una alegre bandada de colegiales de ambos sexos procura despistarse del monitor o acompañante y merodea por su cuenta. Otro grupito sigue al guía y varias parejas de jubilados se desparraman entre las maquetas, los grabados y los tantos objetos relacionados con la villa.
Imagino que se han hecho amplios reportajes del centro, en los que no reparé, pero, no teniendo cabida en esta modesta y tasada columna una descripción amena y pormenorizada, he de contentarme con ofrecer, como la memoria de un buen vino, algunas impresiones, casi aromáticas. La verdad es que una visita casual y primera no permite sino la posibilidad de transmitir algunas superficiales sensaciones. Vaya por delante que me hizo muy grata impresión genérica, y lo recomiendo a los paisanos porque allí hay mucho que aprender y, para quienes estén ya cercanos a mi quinta, que recordar con regusto y melancolía.
Mirando planos, cuadros, dibujos, reproducciones de La Ilustración Española, fotografías y mapas se saca una primordial deducción: Madrid, hace 100 años -y más- era un horrendo pueblo, sucio, destartalado, caótico, sin nociones de geometría urbanística. Retrocediendo hasta el que llamamos Siglo de Oro, desde ese punto de vista fue un poblachón donde la vida de sus habitantes no parecía envidiable. Hasta el momento de la Desamortización, precursora de la cultura del pelotazo, la urbe era un conglomerado de conventos, iglesias, basílicas, clausuras, oratorios, espaciosos recintos religiosos entre los cuales intentaba abrirse camino una ciudad pobre. Es bueno mirar para atrás y deducir que debemos estar encantados de habernos conocido en otra época. Luego las cosas cambiaron con la llegada de los tranvías, las cuatro o cinco estaciones de ferrocarril y los intentos iniciales de levantar una urbe decente. Claro que había palacios y, salpicadas, las imprescindibles fuentes de la Cruz Verde, del Berro, la Fuentecilla, la de Pontejos, Buen Suceso y otras. Algunas sobreviven como pretéritos elementos decorativos y ya no tienen que bajar las mujeres para llenar el cántaro.
Quedé prendido entre cuanto me recordaba algo directamente, para verificar lo mucho que se ha trastornado esta ciudad nuestra. Por no se sabe qué perversión, oculta, cierra los ojos y se olvida de lo mejor que ha tenido. ¿Cuántos madrileños, que no habiten los aledaños, escogen un atardecer para disfrutar del sol dorando los colosales bastiones del puente de Toledo, una maravilla desdeñada que se merece un río caudaloso? Queda constancia de la, a mi modesto juicio, espléndida muestra de arquitectura civil, la Casa de la Moneda, demolida no hace mucho, para dar paso a la actual plaza de Colón, a la que vamos acostumbrándonos. También se malogró, afectado por la desidia, el fabuloso proyecto de Arturo Soria, con el solidario lema: "Cada casa con su jardín y el tranvía como medio de locomoción". No ha habido proyecto más racional, ecológico y humanista. ¡Menuda oferta!, válida hasta el 1 de junio de 1901: 1.000 pesetas cada 400 metros cuadrados, con pagos mensuales de tres pesetas. Era la Ciudad Lineal, allí lo pueden comprobar. Y muchas cosas más, naturalmente.
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