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Solidaridad en oferta

El mercadeo solidario cuela de matute una rica colección de inquietudes estéticas con la que todos somos damnificados

Es posible que de haber observado con más atención el calendario el huracán Mitch hubiera decidido aplazar su devastadora presencia a fin de evitar que las postrimerías de la solidaridad babosa (hubo otras, desde luego, más sólidas, profundas y productivas) que despertó enlazaran con la oferta multisolidaria propia de la Navidad. Para nuestra desgracia, existen todavía fenómenos de la naturaleza que ignoran la propensión humana a la cursilería, y el día en que se invente algo para evitar esa clase de destructivos prodigios más o menos naturales quizás se establezca ese proceso de empatía capaz de desaconsejar a terremotos o huracanes el ejercicio de sus funciones para no dar pie a la ristra de desoladoras intenciones que la desvastación genera. No cabe duda de que cualquier huracán provisto de cierta educación estética optaría por el absentismo si supiera que su actuación va a ser utilizada de manera inexorable por una cabalgata solidaria capaz de acoger atrocidades tan diversas como una canción de Enrique Iglesias o el eterno artículo lacrimoso de Alfons Plorera, por la misma razón por la que uno se abstendría de escribir si tuviera la certidumbre de que Joaquín Calomarde, por así decir, figura entre sus lectores. Lo más odioso de las desgracias de ese tipo, además de la desposesión que producen, es la obscena autosatisfacción solidaria que se monta a sus expensas. Hora es, pues, de exigir a inundaciones y volcanes la solidaridad necesaria para que dejen de proporcionar excusas a la parasolidaridad humana, acaso más temible que la peor de las catástrofes naturales, y de proclamarse mientras tanto insolidario militante ante la metástasis de esos lastimosos ejercicios de autopromoción, televisiva o de la otra, que perpetúan como plaga de langosta las peores consecuencias de los sucesos más terribles. Aquí todo el mundo sale retratado en sus exactas proporciones. Como sucede con la caridad, la solidaridad bien entendida empieza por uno mismo, de manera que si Nieves Herrero se tuviera en más estima de la que ya se tiene, propósito bastante difícil, no lo ignoro, quizás podría ahorrarnos el bochorno de la exposición pública de su animosa sensiblería. De Ana Botella de Aznar, esa chica tan estupenda, tan de COU de los setenta, ni les hablo, aunque seguro que, como la más Isabel de las Pantojas, se jarta de llorar por cada niño que sufre, por lo que su atribulado aspecto bien puede deberse a una sobredosis solidaria, reversible todavía si se decide por la ingesta nocturna de las grageas que dispensa Javier Arenas. Sin ir más lejos, recuerden que Lech Walesa empezó acogiéndose a la solidaridad sindicada y ya ven como terminó, aparte de hacerle unos ocho hijos a la pobre Danuta, que no tenía culpa de nada. Por enternecedora que sea la solidaridad socialista con Pepe Barrionuevo y Rafa Vera, no le llega ni a la suela del zapato a la que practica el PSPV-PSOE con el PPCV, que eso viene a ser ya auténtica caridad cristiana. Ya es bastante estrafalario que quien puede hacerlo se deshiciera en su momento de Carmen Alborch para colocar como candidata a una Ana Noguera en estado de adolescencia casi permanente y dotada de esa buena voluntad del cándido persuadido de que son muchas las cosas que se solucionan hablando con la gente y poniendo todos un poquito de su parte, cuando tiene en frente a esa especie de bravío anuncio de coñac de carretera en movimiento hacia ningún sitio que viene a ser Rita Barberá. La cosa es que si la actual dirección del socialismo valenciano no puede borrar la sonrisa de arrogancia temprana que lucen especímenes como José Luis Olivas, Joaquín Farnos o Diego Such, sin olvidar la facundia castellonera de Carlos Fabra o la versatilidad de Julio de España, eso quiere decir que a poco que Rafa Blasco, acompañado de los suyos, acierte a centrar un poco la ventolera del señor Zaplana, estamos más perdidos que carracuca. La bronca budista en Shogui reconcilia a esa religión con la eterna tradición peleona de tantas otras religiones, y requiere de toda nuestra solidaridad si consigue de rebote que Richard Gere deje de una vez el cine, así como preciso es saludar la aproximación solidaria de Ferran Torrent a la buena educación al decir que el estilo es una cuestión de vísceras, cuando seguramente pensaba en una expresión genética más valenciana y contundente. Por lo demás, Canal 9 se solidarizó con ella misma al ofrecer de una tacada Gala de Francisco, Gala de Rocío Jurado y, esperen, Gala de Camilo Sesto en la noche de Navidad. Vicent Ventura, una vez más lleno de razones, ha preferido no verlo. Qué le vamos a hacer.

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