Los desaparecidos de la guerra del Ulster
El conflicto entre protestantes y católicos dejó al menos 16 familias sin cadáveres a los que enterrar
El mejor regalo de Navidad que Mary McClory y Margaret McKinney podrían recibir serían los cadáveres de sus hijos. No hay nada que estas dos mujeres católicas de Irlanda del Norte puedan desear más desde que sus muchachos desaparecieron, presumiblemente asesinados por el Ejército Republicano Irlandés (IRA), en 1978. Hace medio siglo, el Gobierno británico encarceló al padre de Mary McClory, miembro del IRA. Treinta años después, miembros de ese mismo Ejército Republicano Irlandés asesinaron al hijo de Mary McClory y ocultaron su cuerpo. Todavía está esperando poder enterrar a su chico.Mary McClory no es la única persona en Irlanda del Norte que ha sido objeto de la misma y abominable crueldad mental padecida por los familiares de desaparecidos en Argentina y otras partes del mundo. Se ha informado sobre otros 14 casos, todos ellos presuntas víctimas del IRA, pero existe la opinión generalizada de que la cifra acabará siendo muy superior cuando la paz se asiente en Irlanda del Norte y miembros de otras familias destrozadas reúnan el valor necesario para romper su silencio.
Mary McClory y su vecina Margaret McKinney, que también ha perdido un hijo, son de las pocas que se han atrevido a hablar, un gesto especialmente valiente, porque viven en el corazón del bastión republicano que constituye la parte occidental de Belfast, una zona de clase trabajadora en la que manda el IRA y en la que la policía y el Ejército entran pocas veces.
John McClory desapareció el 25 de mayo de 1978, a los 18 años. Solía participar con entusiasmo en el deporte preferido de los adolescentes del oeste de Belfast, arrojar piedras al Ejército británico, pero, por lo demás, su madre asegura que se interesaba poco por la política. Brian McKinney, que desapareció el mismo día que John, no arrojaba piedras al Ejército, ni tenía ideas políticas en la cabeza. Aunque contaba 21 años cuando se evaporó, su madre explica que tenía la mente de un niño pequeño. Enfermizo, con frecuentes visitas al hospital desde que nació, su cerebro había sufrido daños de los que los médicos dijeron que nunca iba a recuperarse.
Todos los indicios sugieren que John y Brian fueron asesinados al mismo tiempo y en el mismo lugar. Todo sugiere también que su pecado original fue haber participado en el robo de una máquina de cigarrillos situada en un club del oeste de Belfast que frecuentaban activistas del IRA.
"Una semana después del robo, John salió, camino de su trabajo, a las siete y media de la mañana, como siempre", recuerda Mary McClory, que tiene 64 años y se había quedado viuda, con ocho hijos, un año antes de que desapareciera John. "Trabajaba en una obra. Pero no llegó al trabajo. Le di de desayunar y ésa fue la última vez que lo vi".
Pasó una semana, luego un mes. Pero no quería preocuparse sin motivo. Sabía lo del robo y pensó que se había ido del país. "A medida que pasaban los años, me preguntaba si estaría casado y tendría una familia. Alguna vez se me ocurrió que quizá lo habían asesinado, porque en esos días había muchos asesinatos de católicos a manos de protestantes. Pero, como no se había encontrado su cadáver, pensaba que debía de estar a salvo en algún lugar". "En la calle paraba a personas que se le parecían. No dejaba de buscarle. A veces me llegaban noticias de personas que decían que le habían visto. Lo busqué durante años".
Margaret McKinney, de 67 años y con tres hijos vivos, no fue tan ingenua. "Supe inmediatamente que había ocurrido algo malo. John podía cuidar de sí mismo, pero Brian no. No podía vivir sin mí". Su marido se puso en contacto con un padrino local del IRA, que respondió con palabras tranquilizadoras que resultaron ser falsas. "El padrino nos dijo que el IRA se lo había llevado fuera del país. Creí al padrino. Necesitaba desesperadamente creerle. Pero empezamos a esperar una llamada de Brian. Esperamos, y esperamos, y esperamos. Corría al teléfono cada vez que sonaba. Entonces, el padrino vino a vernos y nos dijo que, después de todo, el IRA no lo tenía. Me volví loca. Lloré noche y día. Tuve tres ataques al corazón aquel primer año". "Un día, el IRA nos envió el mensaje de que debíamos dejar de preguntar por él. Entonces comprendí que estaba muerto".
Y fue en ese instante cuando supo también lo difícil que iba a ser recuperar su cuerpo. Su familia estaba aterrorizada. Brian era la última cosa de la que estaban dispuestos a hablar sus vecinos.
Pero Margaret McKinney, que asegura que no tiene miedo porque ya no tiene nada que perder, ha seguido buscando. No ha parado. Le ha hablado de su hijo al presidente Clinton, cuando formó parte de una delegación irlandesa que visitó Washington. "Se mostró sorprendido y aseguró que iba a hacer todo lo posible por ayudar. También le hablé de Brian al príncipe Carlos cuando vino de visita a Belfast. No podía creer que yo fuera católica y que una cosa así me la hubiera hecho mi propia gente".
Hace cuatro años, unas personas que habían visitado la prisión política de Long Kesh le contaron una versión de los hechos que EL PAÍS ha podido corroborar con otras fuentes republicanas. Brian y John fueron capturados por un grupo de hombres del IRA y llevados a una casa. John saltó por una ventana, pero se torció el tobillo y no pudo huir. Uno de los hombres del IRA lo mató de un disparo. "Brian era el testigo, así que le dispararon a sangre fría", relata Margaret.
Enterraron los cuerpos en un solar sobre el que hoy se alza un bloque de viviendas. Por fin, esta semana la policía de Belfast ha comenzado a buscar los cadáveres de John y Brian. Han estado usando un equipo de búsqueda muy sofisticado y taladrando el cemento en Glencolin Way, cerca de donde viven Mary y Margaret, al oeste de Belfast.
Pero no se ha encontrado nada. " Siento que Brian está enterrado en alguna parte de esta zona, y espero que la búsqueda dé resultados. Eso me da esperanzas", asegura Margaret. Pero, como ella misma dice, la esperanza ha sido traicionera en el pasado. Mientras tanto, perdura la agonía como lo ha venido haciendo en los últimos veinte años. "Tengo una cruz blanca con la fotografía de John en ella, pero no sé dónde ponerla", explica Mary McClory. "Debería estar sobre su tumba".
"El último Día de la Madre", dice Margaret McKinney, "estuve en la tumba de otro joven, asesinado por el IRA hace dos años. La tumba estaba de lo más cuidada y me acordé de su madre. Pensé: "Dios mío, qué suerte tiene"".
"Algunas personas intentan evitarme problemas y me dicen: "Brian ya no es más que un montón de huesos". Pero yo respondo que quiero esos huesos. ¡Son mis huesos! He perdido a un hijo. Quiero que me lo devuelvan. Así que tengo que seguir buscando. No hallaré la paz hasta que esté enterrado".
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