CABO DE GATA-NÍJAR Naturaleza de vértigo
Sobre la personalidad de Cabo de Gata-Níjar se han dicho muchas cosas: científicas y sociales, divinas y humanas. Las 38.000 hectáreas terrestres y 12.000 marinas, declaradas Reserva de la Biosfera en 1997, dan para eso y más. No sólo porque el proceso volcánico acontecido hace unos 15 millones de años hace ese litoral inconfundible. Comparable a ese dato científico es la sensación humana de suavidad y tranquilidad que emana de cada roca, que cada acantilado impone o cada cala solicita. El Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, situado en el extremo suroriental de la provincia de Almería, esconde una pluralidad de facetas aportadas por los elementos naturales, biológicos y endémicos, capaces de protagonizar una sola excursión por sí mismos. Sin embargo, el contacto entre el medio terrestre y el marítimo representa el clímax de cualquier recorrido, donde la agonía del paisaje erosionado transmite resistencia, fortaleza, eternidad. Es la personalidad del parque. La excursión, variopinta, incluye la visita obligada a cuatro mojones costeros que se muestran como ventana abierta al infinito: el mirador de la playa de Los Muertos, en Carboneras; el mirador de La Amatista y el del Pozo de los Frailes, en San José; y el mirador de Las Sirenas, junto al cabo geográfico. La monitora medioambiental, Azucena Laguía, pide siempre a los miembros del grupo al que guía que cierren los ojos. "Sí, sí, ya oigo a las focas y además son muchísimas", dice alguien sugestionado por el entorno. La foca monje, desaparecida por la acción del hombre en los años 60 y 70, es lo único que falta en uno de los rincones más bellos de la costa almeriense, poblado de acantilados que caen a plomo por la cristalización del basalto, surgido siglos atrás desde las entrañas de la tierra. El mirador recibe el nombre de lo que los marineros creían ver desde alta mar sobre las rocas: sirenas. En la siguiente parada adquiere protagonismo la acción del hombre sobre el litoral. Un aire marinero y pintoresco dota al paisaje de armonía en el mirador del Pozo de los Frailes. Azucena Laguía explica en este punto aspectos etnográficos: "A la izquierda puede verse la barriada de la Isleta del Moro, con casas encaladas, sin apenas puertas y ventanas para evitar el calor y reflejar el sol. Las terrazas, siempre inclinadas para recoger el agua de lluvia que llena los aljibes". Hacia el este puede comprobarse cómo la batería de Los Escullos sigue cumpliendo sus efectos camaleónicos para pasar desapercibida, desde que fue construida en 1872 para defender la costa. El mirador de La Amatista -el siguiente hito- fue bautizado por marineros en alusión al reflejo de estas piedras sobre la montaña. "Sin ir más lejos, el mismo Cabo de Gata comenzó llamándose Cabo de las Ágatas. Era la forma en que los griegos sabían que pasaban por este lugar", matiza la monitora. En este punto, la excursión alcanza el momento culminante, tanto por la inusitada estampa natural -sólo el asfalto de la carretera descubre la huella humana- como por el interés crecido del visitante, que descubre allí casi todos los porqués del Cabo de Gata-Níjar. La palmera autóctona y más simbólica de la zona, el palmito, crece allí a sus anchas. El último observatorio natural roza los límites del propio parque en su lado norte, en Carboneras. Se trata de la playa de los Muertos y del mirador que anuncia los estertores del paraíso marítimo-terrestre. Los Muertos se presenta como un aperitivo -o como un final suave, según el comienzo del recorrido- de lo que representa el espacio. El impresionante arenal virgen, intacto por su difícil acceso, es el prolegómeno o el resumen del único tramo de costa andaluza con cinco estrellas. El desinterés humano de antaño lo dota hoy de pureza. Datos de interés Rutas por el parque, en Land Rover o autobús, por 4.000 y 13.000 pesetas respectivamente. Información: Grupo J-126. Teléfono. 950 61 10 55. E-mail: grupoj126@larural.es
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