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Reportaje:PLAZA MENOR: SAN ANTONIO DE LA FLORIDA

Con Goya en el Manzanares

Estas orillas del malhadado Manzanares fueron en otro tiempo el más ameno y adecuado de los lugares de esparcimiento que la nobleza y el pueblo madrileño tuvieron en los alrededores de la villa. "Ningún lugar más grato para una fiesta", escribió el cronista Répide en su libro Costumbres y devociones madrileñas, publicado en 1914, breviario hoy inencontrable de los fastos cristianos y paganos que pincelaban de rojo el calendario cortesano con tantas festividades como fueran menester para mantener contento a un pueblo que a falta de pan daba por bueno el circo y la verbena. El San Antonio de La Florida verbenero y alcahuete, objeto de la devoción madrileña, es una versión frívola y paganizante del que fuera austero predicador y taumaturgo portugués, nacido en Lisboa y fallecido en Padua, ciudad que le daría su apellido en el santoral.

Este santo cosmopolita y multiúsos, que lo mismo busca novios que localiza objetos perdidos, preside la amena glorieta desde sus ermitas gemelas, original y copia. La primera cobija a buen recaudo el tesoro pictórico de los frescos de Goya mientras que su sosias, de escueta decoración interior, se abre al culto y a devociones populares tan castizas como heterodoxas. Los orígenes de la verbena de San Antonio, y con ella de la ceremonia de los alfileres, se remontan al sigloXVIII, aunque su apogeo se produce en el XIX. García Gutiérrez y Martínez Carbajo, en su libro Iglesias de Madrid, recogen los pormenores del singular rito que, no se sabe muy bien ni cómo ni por qué, adoptaron las modistillas madrileñas que, envueltas en sus mantones de Manila, bajaban cada año a los sotos de La Florida, festejaban en los merenderos del río y oraban en la ermita del santo varón propiciador de noviazgos.

En su libro Iglesias de Madrid, García Gutiérrez y Martínez Carbajo describen el ritual: "Todas aspiraban a besar tan siquiera su reliquia, ponerle una vela o cumplir con el rito de los alfileres. Para ello echaban 13 alfileres en la pila del agua bendita y ponían a continuación la mano con fuerza sobre los alfileres. Cada alfiler que quedaba prendido serían los novios que obtuvieran". La verbena y el inofensivo vudú de los alfileres siguen presentes en el calendario festivo de una ciudad que, desde la recuperación de la democracia, fue recuperando el gusto por la fiesta. Hoy, "la primera verbena que Dios envía", como dice la copla, se sigue celebrando junto a las ermitas, en un nuevo parque recuperado a la zona ferroviaria en vías de extinción de la estación del Norte y junto al puente de la Reina Victoria, inaugurado el 13 de junio de 1909, festividad del santo. El puente, una obra maestra de la ingeniería hidráulica para sus contemporáneos, se remata con historiadas farolas y jarrones de fundición que aligeran la maciza rotundidad de su sólida estructura.

A pocos metros descansa Goya en efigie broncínea, cómodamente sentado por fin, paleta y pincel en mano, frente a la ermita en la que yace desde 1919 su osamenta descabezada, y su hermana clónica levantada para aliviar sus multitudes devotas o supersticiosas el interior del recinto que el pintor profano decoró con una fuerza más telúrica que mística, más carnal que espiritual, indiscutible obra maestra y mayestática a la que, sin embargo, oponen los especialistas algunos reparos técnicos por la calidad de los materiales empleados en su ejecución en la que el genio de Fuendetodos prescindió de las técnicas habituales de la pintura al fresco y usó una mera preparación. El innovador método tenía sus pros y sus contras, como reconocen los autores de Iglesias de Madrid, que hablan de matices geniales y transparencias imposibles de conseguir en el verdadero fresco. El uso de temples poco duraderos, el humo de los cirios y el incienso y la transpiración de los fieles obligaron a restaurar las pinturas y aconsejaron el cierre de la ermita, que pasó a ser durante muchos años coto casi exclusivo de actos solemnes pero extraacadémicos, tales como bodas, bautizos y defunciones, de ilustres académicos y otros privilegiados, y territorio de difícil acceso para aficionados de a pie. La ermita neoclásica es obra de Felipe Fontana, con planos de Juan de Villanueva, padre del neoclasicismo español, y se edificó a finales del sigloXVIII. No era ni la primera ni la segunda ermita construida en este lugar en el que ya existía un modesto humilladero en el sigloXVI. Goya, que tardó 120días en terminar la obra encargada por CarlosIV, reflejó en la abigarrada corte que presencia el milagro que san Antonio realiza en lo más alto de la cúpula, a las clases populares madrileñas en actitudes patéticas y distorsionadas. La carnalidad se impone hasta tal punto que algunos historiadores y críticos de arte sostienen que los graciosos ángeles que sostienen los falsos drapeados de los arcos no son ni serafines ni querubes, sino aladas majas madrileñas de la época de las que retozaban por los generosos sotos del mezquino Manzanares.

Los pinceles de Goya retrataron la fiesta pero también la tragedia de esta orilla en los Fusilamientos del 3 de mayo. Este lugar ameno y festivo que fue real sitio y lugar de romería, fue el elegido por las tropas napoleónicas para ajusticiar a los patriotas levantados el día anterior. Es un sitio goyesco en toda la amplitud de su obra, en lo bucólico y en lo épico, en lo fantasmagórico e incluso en lo grotesco. Un sitio inmejorable para este Goya estatuario y sedente con su cabeza sobre los hombros y aparentemente dispuesto a emprender su tarea nuevamente.

Ha cambiado el paisaje de la ribera, pero al pie de la montaña del Príncipe Pío, donde resonaron los terribles ecos de las últimas guerras, Madrid conserva un retazo plácido del ayer al que ya se incorporaron las locomotoras de la estación del Norte y los merenderos de La Bombilla, castizo bulevar de cuya animación aún es testigo la emblemática Casa Mingo. Cuando asoma la primavera, un largo entoldado de terrazas ocupa la acera oeste del paseo de La Florida, y en los días de verbena recupera la orilla del Manzanares el recuerdo de un pasado con tranvías y modistillas.

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