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Reportaje:

El 28% de los padres da cachetes a sus hijos

Más de uno de cada cuatro padres madrileños -en concreto, el 27,7%- ha recurrido al cachete a lo largo del último mes en las relaciones con sus hijos. El dato figura en un extenso estudio, titulado Violencia en ciudades de América y España, que ayer presentó su director, el profesor en Psicología Social de la Universidad Complutense Florentino Moreno. El trabajo también pone de relieve que el 52% de los padres grita a sus retoños y casi el 3% les somete a golpes más duros: bofetadas o cinturonazos.

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El profesor Moreno ha trabajado durante más de dos años en este estudio, para el que ha contado con una beca de la Dirección General de Investigación de la Comunidad de Madrid y en el que también se incluyen datos de otras siete grandes ciudades iberoamericanas del otro lado del Atlántico: Salvador de Bahía, Río de Janeiro, Cali, Caracas, San José, San Salvador y Santiago de Chile. Del total de 10.935 encuestas cumplimentadas durante la investigación, 1.219 corresponden a ciudadanos madrileños.Y en Madrid, aunque se haya avanzado a lo largo de los últimos años, los niños siguen figurando como víctimas de la violencia en el hogar. Ese casi 28% de padres que recurre a la fórmula del cachete lo hace una media de 3,35 veces al mes. Los gritos o reprimendas forman parte del proceder habitual del 52% de los padres y madres, según la encuesta madrileña, que sueltan más de siete broncas mensuales a sus vástagos. Y aún queda un 2,7% de críos que sufren en sus carnes lo que en el estudio se agrupa bajo la categoría de "golpes duros". Lo curioso es que muchos padres practican simultáneamente dos o más de estos métodos, porque el porcentaje total que ejerce "algún tipo de violencia" no pasa del 58,3%.

El defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Javier Urra, se mostró ayer convencido de que las cifras que figuran en este informe, aun siendo elevadas, se quedan por debajo de la realidad. "Si a un encuestado se le pregunta directamente si ha pegado a su hijo, habrá más de uno que prefiera mentir, porque en su fuero interno sabe que no está obrando bien cada vez que propina un cachete", razonó. Urra avaló la tesis de que el tortazo "sólo es humillante para quien lo da", pero carece del más mínimo valor pedagógico. Y recalcó: "En los últimos años se ha ido avanzando, pero aún hay padres que optan por el cachete sin venir a cuento, o incluso por pegar a sus hijos delante de los amigos. Y el daño de ese sopapo es incalculable".

Progenitores incongruentes

Que las cosas han mejorado un poco se refleja en el hecho de que los padres que tienen más conciencia de haber sido pegados de chiquillos son los hijos de la posguerra: quienes vivieron su infancia allá por los años cincuenta. Desde entonces la estadística ha ido cayendo, pero hay elementos para no bajar la guardia ni un ápice. Por ejemplo, el informe del doctor Florentino Moreno revela que el 18,7% de los padres que no recibieron cachetes de pequeños sí que pegan ahora a sus críos, y el 5% de quienes no sufrieron golpes sí que se los propinan a sus descendientes.El Defensor del Menor confesó que éstos son los datos más "preocupantes" de cuantos a la infancia se refieren en el informe. "Puede que influyan factores como la violencia de la sociedad, el paro, el estrés, el alcoholismo o las rupturas de pareja. En cualquier caso, es una incongruencia absoluta", proclamó Urra en tono grave.

El estudio de Moreno también recorre el fenómeno de la violencia en la pareja, donde casi el 58% de sus integrantes ha sufrido a lo largo del último año algún "grito con rabia" por parte del compañero o compañera, y el 1,6% ha encajado una o más bofetadas (la media anual se establece en 3,6). El informe pone de relieve que, a mayor nivel de autoritarismo del sujeto analizado, mayor grado de justificación se encuentra hacia las distintas formas de violencia.

La franja de edad menos dada al autoritarismo es la que va de los 29 a los 39 años, "el periodo en el que las personas están más integradas socialmente -trabajo, crianza de hijos-, lo que está contra la idea de aislamiento propia del autoritario". En el extremo contrario se encuentran los individuos de entre 73 y 83 años.

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