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Sobre la honestidad de las ONG

En los últimos años, y por todo el mundo, vamos siendo testigos de un interesante fenómeno que está afectando cada vez más a numerosos asuntos políticos y sociales. Me refiero, como se deduce del título, a la multiplicación de organizaciones no gubernamentales (ONG) y a su entrada en el mundo de la política a través de campañas sobre los temas más diversos, en función de la especialidad de cada una de ellas y de las opciones estratégicas que van tomando en relación a su forma de actuar, de acercarse al público y de definir su mismo cometido.La multiplicación de las ONG y el aumento de su influencia en la vida pública, ha ido pareja también a la proliferación de algunas entidades que no pueden quitarse de encima la sospecha de haber nacido sólo para recaudar dinero y acaparar subvenciones públicas, distorsionando el carácter popular de las mismas y el supuesto previo de que han de estar basadas y apoyadas en opiniones públicas sensibilizadas y comprometidas. Con frecuencia se critica, y con razón, que determinadas ONG parecen existir y crecer sólo en la medida que son capaces de "salir en la foto" y de coquetear estrechamente con los centros de decisión política, aunque detrás de ellas existan apenas proyectos concretos. Lo cierto es que este aspecto negativo, pero real, empaña al conjunto de las ONG, hasta el punto de que en muchas de ellas hay la percepción de que un día u otro habrá un crash que podría llevarse por delante a ONG inocentes, lo cual sería muy lamentable e injusto, pues el saneamiento del mundo de las ONG tiene sentido en la medida que permita un reforzamiento de aquellas que trabajan bien.

Por motivos evidentes, no es éste el espacio ni quien escribe el juez para señalar qué ONG son defendibles y cuáles son refutables. No se trata, por tanto, de hacer un listado público, sino de que cada cual saque sus propias conclusiones y que las mismas ONG intensifiquen su análisis y autocrítica sobre lo que hacen y cómo lo hacen. Es en esta línea donde podemos señalar algunas cosas orientadoras. La primera de ellas es pedir transparencia en sus cuentas y en sus actividades, mostrando con claridad absoluta quién financia la organización, quién trabaja en ella y quién se beneficia de sus actividades. Ésta ha sido desde hace años la primera exigencia, y, por fortuna, forma parte ya del código de conducta que regula las actividades de muchas de ellas.

Pero la transparencia ha de ir unida a la honestidad, y es ahí donde me parece que fallan muchas organizaciones. Honestidad, por ejemplo, en los mensajes publicitarios y en las líneas directrices de cada organización, pues no parece tolerable que a estas alturas se financien proyectos integrales a través del reclamo del apadrinamiento individual ("ponga un pobre en su casa", la compasión "todo a cien"), ocultando la naturaleza de los conflictos (todavía hay algunas peticiones de ayuda a Sudán que presentan el tema como si fuera una catástrofe natural), o haciendo ver que la miseria estructural puede solucionarse definitivamente aumentando la ayuda al desarrollo o multiplicando pequeños proyectos, cuando todos sabemos que las ONG sólo pueden mitigar un poco el sufrimiento o el subdesarrollo en algunas zonas, que ya es mucho, pero que el paso de la miseria y la marginación al desarrollo humano sólo es posible mediante cambios estructurales de gran calado, que inevitablemente deberán protagonizar los mismos Estados, con ayuda de los organismos internacionales, lo que no quita, evidentemente, que el trabajo de las ONG pueda servir para pontenciar las capacidades de las poblaciones afectadas, incluyendo su capacidad para presionar a sus propios Gobiernos.

Una tercera forma de dilucidar la efectividad de las ONG es ver su nivel de incordio y de implicación en campañas, y especialmente en aquellas que permiten cambiar las actitudes políticas y las opiniones públicas de aquí. Hay organizaciones (Amnistía o Greenpeace, por ejemplo), que por su naturaleza sólo hacen campañas, y lo hacen con absoluta y rigurosa independencia de los Estados, pues necesitan esa independencia para poder criticar y presionar con libertad. Pero el resto de organizaciones (las de desarrollo, las de emergencia, etcétera) tienen también un margen muy amplio por desarrollar en cuanto a sensibilizar a la sociedad sobre sus responsabilidades en hacerles ver el potencial de cambio que está en sus manos, en movilizarles e informarles y en establecer campañas específicas dirigidas a los centros de decisión política, para cambiar leyes, políticas y dinámicas. Preguntar a las ONG en cuántas campañas de presión y sensibilización trabajan es también una manera efectiva de saber si persiguen cambios estructurales o simplemente se limitan a recaudar dinero para unos proyectos de eficacia a veces discutible, o a atender a las víctimas sin preguntarse la naturaleza del conflicto y si pueden hacer algo más para que no se repitan dichos conflictos con tanta frecuencia.

En los últimos años hemos visto también cómo muchas ONG de diversos países se han aliado en campañas internacionales, muchas de ellas de gran éxito. En el campo del desarme, por ejemplo, la campaña de las minas y después la de la transparencia del comercio de armas, y ahora la del control de las armas ligeras, han mostrado un camino de gran efectividad, marcando un ritmo que luego han de seguir los Gobiernos, los estamentos diplomáticos e incluso los organismos internacionales. En el campo de los derechos humanos estamos viendo también un gran número de propuestas bien planteadas y coordinadas a nivel internacional, en las que participan ONG de muy diversa especialidad, juntando fuerzas y sumando activos para conseguir objetivos específicos, y con la ayuda y participación de la gente de a pie. Ésa es, desde mi punto de vista, una línea más práctica y mucho más honesta que limitarse a recaudar dinero, porque no basta con generar y vivir de la compasión, sino que hay que dedicar recursos económicos y humanos para la prevención, la sensibilización y la presión. Sólo así las ONG serán agentes activos del cambio estructural, y no meros apéndices de situaciones injustas.

Vicenç Fisas es titular de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro El lobby feroz: las ONG ante el comercio de armas y el desarme.

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