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Espirometría

Deseo transmitir a los lectores de esta columna -me consta que los hay, conozco personalmente a dos de ellos- mis cordiales augurios para el año iniciado, al tiempo que hago notar, en su honor, que he reprimido la tentación de endilgarles prosas navideñas, recopiladoras o premonitorias. Dénlas por recibidas. De nada, amén. Divagaré, en cambio, sobre asuntos y circunstancias, por muchos participadas, que todos, ahora o después, con ellas se darán de bruces. Me refiero a las crónicas minuciosas en torno al mundo de la ancianidad, lleno de sorpresas e improvisaciones, donde no hay experiencias propias o ajenas que valgan. Cada cual, acompañado o solo, ha de enfrentarse a ese trecho vital, siempre más amplio, en cuyo beneficio trabajan denodadamente los científicos, y hacen bien, porque ellos recogerán los frutos. Tema dilatado y profundo que es preciso afrontar en medidas dosis, a base de coraje, sentido del humor y cierto desdén hacia las urgentes expectativas de los herederos.Confieso sobrellevar con entereza los años que pesan sobre mis lomos, porque daría lo mismo sentirme disgustado y pesaroso. Considero un privilegio cada ocaso que oscurece mis ventanas y saludo, aún adormilado, el madrugador taconeo de las vecinas de arriba, que proclaman el liviano peso de sus primaveras todas las jornadas laborables. Si dejamos de lado morbosos estados agudos y se cuenta con moderadas reservas vitales, los días de los viejos son, no sólo tolerables, sino, en cierto modo, deleitosos. Es conmovedor el amparo que nos dedica la sociedad; hablo de ésta, aquí y ahora. Si antaño el hospital fue una lóbrega estación término, lastimera antesala de todos los finales, hoy es un competente taller de reparaciones. Salvo algún espaciado error, tan humano y deplorable, que sale en la prensa y alivia la penuria de algunos familiares y abogados, es abrumador el resultado positivo, la restauración de anatomías deterioradas y pasadas de fecha, la renovación del salvoconducto indispensable para seguir alentando.

Listas de espera, masificación, aparente trato deshumanizado entre las batas blancas y verdes, son cosa cierta y mínima frente a las abundantes respuestas acertadas. Los viejos circulamos por los departamentos geriátricos como Pedro por su casa, para purgar juveniles y maduros excesos y remendar achaques. La otra mañana, en el cursillo de supervivencia que sigo, tocaba una exploración de espirometría, para evaluar la ruinosa capacidad pulmonar. La consulta está en un pasillo que empalma con las habitaciones de enfermos internados, en armónica y democrática confusión. Tráfico incesante de doctores de ambos sexos, con el fonendoscopio colgado del cuello, según la moda americana que tantas películas ha producido en estos escenarios. Una mujer de mediana edad, robusta, bigotuda, de aspecto monjil, con medias marrones, zapatos de tacón bajo, semihábito gris y toca blanca, iba y venía con gesto adusto. Alguien le hace una pregunta, a la que responde con gesto desabrido: "Espere a que le llamen", lo que no es una contestación. En las salas comunes, las pacientes permanecen en la cama, ven la tele o se aventuran en la zona de los enfermos ambulatorios, entre los que me encontraba, con el ánimo tolerante del veterano. Hasta nosotros, de cuando en cuando, llega una voz femenina que supuse dirigida -por la hora matinal- a un público infantil, urgido para culminar algún concurso festivo: "¡Más, más, más, más, más, MÁS, MÁS!", y una imprecación final ininteligible. Alargué el breve paseo juzgando, para mis adentros, que alguien había puesto la televisión demasiado alta.

Cuando me llegó el turno, la curiosidad quedó satisfecha. Una benemérita e incansable enfermera, después de instruirme e introducir entre los labios una boquilla estéril, unida al aparato correspondiente, animaba mis decaídos bronquios. "Aspire", dijo. "¡Más, más, más, más, más, más, MÁS, MÁS,MÁS! Y ahora, ¡respire!". Con el rostro cianótico y los ojos extraviados, superé la prueba al tercer intento, lo que me llenó de vanidosa satisfacción, poco justificada cuando, al recoger el resultado y llevarlo a mi médico, éste torció el gesto con apenas disimulado disgusto. Yo hice lo que pude.

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