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Etiquetados

VICENT FRANCH Estas fechas previas a la Navidad son como la campaña electoral de las mercancías, un paraíso de mercancías seductoras. Los fabricantes de bienes consumibles, fungibles, atávicos o suntuarios confían en la campaña de Navidad y Reyes para equilibrar balances y cerrar sin pérdidas.Los consumidores, por su parte, leen atentamente los etiquetados -y los precios- para comprobar si están ante lo auténtico, y para decidir que esa y no otra será la mejor compra. Conservantes, edulcorantes, tipo de fibra, número de serie, lugar de fabricación, primera marca, fecha de caducidad, tiempo que dura la garantía..., reclamos que exigen la lectura de las leyendas que acompañan o bien al envoltorio del producto o también al pliego de instrucciones de los más sofisticados. Es tiempo, pues, más que idóneo para realizar un pequeño ejercicio suplementario que podría arrojar un balance que personalmente ya he realizado. La casi totalidad de los productos que se fabrican en España vienen a las tiendas valencianas etiquetados sólo en castellano, y, según los casos, en la -al parecer- segunda lengua de la Comunidad Valenciana, es decir, el portugués, el francés o el socorrido inglés. Una buena parte de los fabricados en Cataluña vienen sólo en castellano, quizás por prudencia, o por lo mismo que los anteriores; con mucha suerte, también en inglés. Los fabricados en Euskadi, en bastantes ocasiones vienen con leyendas en eusquera, además de en castellano. Y, finalmente, los fabricados en la Comunidad Valenciana vienen etiquetados exclusivamente en castellano, con excepciones que caben en muy pocas líneas de esta columna. Al fabricante que envía mercancías a nuestro mercado le deben haber explicado que nos da igual si las etiquetas son en castellano y francés, en castellano y portugués, o en castellano, italiano, inglés y francés. Al fabricante que fabrica aquí y vende aquí alguien le debe haber convencido de que puesto que no nos acabamos de entender en la ortografía, lo mejor es que la primera lengua sea el castellano, y la segunda, o bien ninguna, o el francés, el portugués y el árabe. Y, así, en el periplo a la búsqueda de etiquetados de productos fabricados aquí que, además, incluyan leyendas explicativas en la lengua propia de la Comunidad, uno acaba celebrando que en la cuarta planta, en un pequeño comercio del extrarradio o en la tiendecita donde se venden curiosos bultos aparezca por fin una palabra mágica, la palabra en valenciano que justifica la búsqueda. Es menester que superemos ya el síndrome de la orfandad ortográfica, el complejo de lengua en la inclusa para que se despliegue antes de que sea tarde su capacidad de comunicar e informar. Las melífluas normas que aconsejan o aleccionan sobre el etiquetado en la lengua propia, o el rotulado de nombres de comercios o marcas en valenciano, tienen una incidencia tan tenue que para encontrar algún indicio de la deseable normalidad debe perder uno varias semanas entre las pirámides de mercancías. Casi en puertas del arreglo político que nuestra lengua necesita, me permito decir que, para el día siguiente, hay por hacer un trabajo de titanes para que esta lengua no se vea reducida al gueto de los usuarios leales y al desván de los trastos inservibles de la historia. En ese paseo por el bosque de mercancías, le ruego busque con afán sacarme de mi equivocación.

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