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Razones a tiempo

Nadie duda de que la consolidación del proceso de paz en el País Vasco es, hoy por hoy, la gran tarea y, a la vez, la gran oportunidad que tiene el Gobierno. Como tantas veces se ha dicho, la seguridad, las políticas que la procuran y garantizan, la iniciativa política, corresponden al Estado y, de entre sus poderes, a quien está encargado constitucionalmente de su dirección: el Gobierno. Pero, por eso mismo, a él corresponde la máxima responsabilidad.Una responsabilidad que requiere, sin duda, mucha prudencia. Pero, también, no menos diligencia y sentido del tiempo. Un tiempo que, como decía el presidente del Gobierno, no basta por sí sólo. Pero que hay que llenar, no sólo con la inactividad de ETA, sino con las iniciativas del poder público. Porque, de lo contrario, el tiempo pasará inútilmente o terminará siendo llenado por iniciativas ajenas.

Si el Gobierno está negociando en secreto y presenta en el futuro resultados espectaculares en cuanto a la consolidación definitiva de la paz se refiere, habrá que felicitarlo y felicitarnos de su habilidad y éxito, y si, además, lo ha hecho de manera que las demás fuerzas políticas puedan no adherirse sino corresponsabilizarse de la iniciativa, deberá alabarse su sentido del Estado. Pero si el Gobierno, a fuer de prudente, es inactivo habrá perdido una ocasión de oro.

Del terrorismo no puede pedirse, por de pronto, más que el no hacer. Y ello debiera bastar para que una política penitenciaria generosa e imaginativa resolviera, para Navidad, el problema de la dispersión de presos. La opinión pública más sensible a la paz aplaudiría medidas semejantes y redoblaría su presión para convertir lo indefinido en definitivo. Y, al hilo de la paz que se teje todos los días en que las armas brillan por su silencio, corresponde al Gobierno idear y poner en práctica medidas de gracia y reconciliación, y, cuando menos, esbozar formas y opciones de negociación política. Una negociación que está muy bien distinguir, lógicamente, del proceso de paz, pero que en la práctica ha de seguir a éste para darle sentido y, en consecuencia, consolidarlo.

Para todo ello se cuenta con tiempo suficiente, pero no infinito. Hay medidas, sobre todo las de gracia, que tienen valor de símbolo y eficacia pacificadora si se toman libre y generosamente. Si se hacen bajo la presión política o la reivindicación callejera carecen de aquel valor y su eficacia puede ser, incluso, la contraria. Pero la presión de la calle no se evita en una sociedad democrática, negándola, sino adelantándose a ella y dejándola sin argumentos. De otro lado, cuanto más se dilate el compás de espera y más vacío esté, mayores serán las tentaciones de aprovecharlo en beneficio propio por todos los enemigos de la paz. Incluso aquellos que preferirían ver confirmada la tesis de que la tregua era una trampa del terrorismo. Además, a mi modesto entender, sería extremadamente peligroso llegar a las elecciones municipales sin un proceso de paz cerrado y una negociación política esbozada. Los sectores más radicales serían los beneficiarios de ello a la hora de consolidar un poder municipal.

Recuerdo que, cuando hace más de un año, se optó por aislar a Herri Batasuna, señalé, con escándalo de muchos, que, a más de imposible, la medida era errónea y provocaría un frente abertzale. A las pruebas me remito. Hoy insisto en que, si no se habla y actúa a tiempo, nos encontraremos con una nueva ola de radicalidad, probablemente no armada, pero, por ello mismo, mucho más amplia, profunda y difícil de combatir.

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