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Zurbarán en el Bellas Artes

Junto a tantos centenarios vociferantes como hemos venido padeciendo, hay uno que se ha programado con un equilibrio muy de agradecer y, desde luego, con una impecable solvencia didáctica. Me refiero a la exposición que se clausura justamente mañana y que ha organizado la Consejería de Cultura en el Museo de Bellas Artes de Sevilla para conmemorar los cuatro siglos del nacimiento de Zurbarán. Que yo sepa, nunca se había reunido un número tan impresionante de obras del pintor, casi un centenar de lienzos y tablas procedentes de distintos conventos, museos y palacios. El día en que yo visité la exposición, un sábado de clima extemporáneo, había una cola de longitud más bien rusa para entrar y mucho bullicio por los alrededores. Al principio pensé que mi llegada a la plaza del Museo coincidía con una concentración reivindicativa de algo. Pero no, eran gentes que acudían por una y otra razón al reclamo de Zurbarán. Me agradó mucho esa aglomeración tan inesperada y vistosa, sobre todo porque enaltecía de muy digna manera el aspecto puramente anecdótico de la conmemoración. Zurbarán era un hábil seguidor de la moda y eso se puede apreciar muy bien en esta exposición. Pintaba según cálculos minuciosos, de acuerdo con la demanda, que llegó a ser copiosa. De la mano de Ribera, Velázquez, Herrera el Mozo o Murillo, Zurbarán lo mismo era un magistral pintor tenebrista de santos, un mediano artífice de naturalismos mitológicos, un excelente autor de bodegones o un arcaizante creador de vírgenes con cara de andaluzas. Parece ser que trabajaba a destajo, aceptando más encargos de los que buenamente podía atender y firmando a veces lo que en realidad eran cuadros colectivos elaborados con desigual fortuna en su taller. Resulta pues muy aconsejable visitar esta cumplida antología de la obra de Zurbarán, no sólo por lo irrepetible sino por lo aleccionadora. Se han habilitado seis salas del espléndido museo sevillano y en ellas figuran obras por lo común inaccesibles, traídas de lejanos museos, sacristías remotas o casas particulares. Reunidas y ordenadas como están, proponen una recapitulación extraordinaria de la rica y mudable pintura de Zurbarán. Todo ese barroquismo a la vez suntuoso y austero que recorre los disparejos tramos de su obra, también funciona aquí como una enseñanza artística inmejorable, esa especie de compendio de artes y oficios por donde se cruzan siempre las maestrías y ligerezas del pintor. Parece ser que más de 100.000 personas han visitado ya esta exposición. Una buena noticia, claro, sobre todo porque de ahí también se deduce otra estimable lección: la de que cada vez son más numerosos los ciudadanos convencidos de que los viejos cotos de la cultura disponen ya de su servidumbre de paso. De modo que hacer cola, esperar turno para entrar en un museo también es un elocuente síntoma de mejoramiento educativo. O quizá es que ya nos hemos habituado definitivamente a que no nos disuelvan.

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Zurbarán lleva a miles de personas más allá de la realidad
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