El Partido
Sentado en una de las pacientísimas butacas del Aeropuerto de Barajas, busco información en los periódicos sobre el Partido Comunista de España. Tarea complicada, porque no hay muchas noticias y porque una verdadera multitud de pedigüeños reclama mi solidaridad y me suplica dinero para los enfermos de riñón, para la lucha contra el sida, para las víctimas de los crueles huracanes tercermundistas. En una aldea global marcada únicamente por los intereses económicos, cuando no existe otra internacional que la del dinero, la política cede su lugar a las caridades y nos obliga a jugar el papel de los nuevos beatos, fieles que no van a la iglesia, pero que dan su limosna ante la pantalla de un televisor o en el Aeropuerto de Barajas, que suele conceder la eternidad antes de subirnos al cielo.¿Qué puede hacer un partido comunista en una época donde las limosnas privadas sustituyen a los compromisos y los sueños públicos? Me lo pregunto con melancolía, por la política y por el Partido, por la izquierda española en general y por el envenenado carácter de mis sueños, que no se consuelan con la caridad. A mis sueños le gustan más las leyes, las decisiones públicas, precisamente desde que me acerqué al Partido Comunista de España en la última oleada de oposición a la dictadura.
En mi butaca del Aeropuerto de Barajas, me da tiempo a leer, casi 500 páginas, una interesantísima biografía política de Pasqual Maragall, titulada La Gota malaya, que acaban de publicar Luis Mauri y Lluís Uría. Cuentan muy oportunamente algunas anécdotas, como la larga conversación que Rubert de Ventós y Maragall mantuvieron con José Luis Aranguren para acercarlo al FLP. El profesor de ética, después de escucharlos con atención, respondió en estos términos: "Sois muy simpáticos y animosos, tenéis ideales y voluntad, pero los comunistas son los únicos que están haciendo una oposición seria al franquismo...". Cada cual cuenta la historia según la vivió; en otros países y en otras épocas, la historia del comunismo se salda en matanzas, burocracia, horror político, fortuna de bribones, pero en los últimos años del franquismo el Partido Comunista de España era un referente imprescindible de libertad, el lugar más amplio para los rojos, los antiguos y los nuevos rojos. ¿Qué ha pasado después? ¿A qué se debe su acelerada decadencia política? Se suele hablar del dogmatismo de sus líderes y de la falta de democracia interna. No me parece un argumento serio, porque los dos partidos que hoy gobiernan el país son incluso más dogmáticos y sufren el rigor fratricida de sus organizaciones. Las luchas más sangrientas no se dan en las batallas electorales entre distintas opciones, sino en la configuración de cada una de las listas. La enfermedad burocrática de los partidos, que denunció Althusser hace ya tantos años, afecta por igual al PSOE y al PP. ¿O no? ¿Y el poder de los líderes carismáticos?
Es mejor que atendamos a otras razones. El comunismo ha sido el último sueño en la carrera política del proyecto moderno, entendido como ilusión de construir la felicidad pública. Las contradicciones sangrientas entre la libertad, la igualdad y la fraternidad son el testimonio de una derrota que desborda los límites del Partido Comunista. Es difícil creer en una sociedad justa que no se funde en la libertad, pero también es absurdo defender una libertad que no se base en la igualdad de oportunidades. En la Europa de los millonarios, la libertad se identifica cada vez más con el privilegio egoísta de los poderosos. El comunismo es un invento occidental que tiene un futuro imposible en un mundo que se ha olvidado de los pobres como problema político. ¿Sabe alguien cuántos españoles viven en el umbral de la miseria? Si somos incapaces de asumir como reto público la defensa de los miserables españoles, ¿cómo vamos a preocuparnos por los millones de hambrientos que nos miran sin voz más allá de las alambradas del bienestar? Los africanos no votan en la geografía política que decide sus vidas. La debilidad del comunismo es inseparable de la inexistencia ideológica de los muertos de hambre. ¿Existen los pobres en nuestras vidas políticas? Son ya un asunto de caridad, y el que se preocupa por ellos públicamente es considerado un loco, un profeta. Es verdad que hay mucho loco suelto, pero también hay mucha gente interesada en definir como locura el deseo justo y razonable de volar.
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