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Una droga llamada teatro

¿Qué ofrece el Helikón que no tenga el Bolshói? Un repertorio distinto pero, por encima de él, un montaje siempre rupturista. Un ejemplo: La Iolanta de Dimitri Bertman no es un cuento sobre una princesa ciega, sino sobre una chica normal. Se siguió en ese caso la pista de las cartas del propio Chaikovski, pasadas por el tamiz de una visión singular de un director francés, Denis Krief. Otro ejemplo de heterodoxia es el Don Pasquale, de Donizetti, con la orquesta en el escenario y los actores-cantantes mezclados con el público. Bertman compara al teatro con una droga. "Y espero ser drogadicto toda mi vida", dice. Al parecer, en la compañía hay un ambiente de camaradería que no oculta un hecho irrefutable: la dictadura artística. Bertman, empeñado en que todas las obras se representen en el idioma original, no contrata a nadie que no hable al menos dos. Y sobre todos pende la espada de Damocles: que al final de la temporada no se renovarán dos contratos. Un buen sistema, aunque terrorífico, para mantener la tensión y el espíritu de emulación. Todo al servicio de un objetivo: "Mostrar la vida, no una imitación. El espectador paga para vivir por unas horas en París o en Egipto, no para dormirse en su butaca".La experimentación también es un elemento esencial en la Novaya Opera, aunque no tan determinante como en el Helikón. En La Walli, por ejemplo, la ópera romántica de Catalani basada en una historia de Guillermina von Hillern, el ambiente del Tirol se reproduce en un escenario escalonado en el que las altas cumbres parecen iglesias que apuntan al cielo. El espectador tarda un tiempo en perder el temor a que alguna de las 80 personas que están en escena dé un traspiés y se caiga, más allá de un argumento en el que el gran amor de Walli termina despeñado.

Serguéi Lisenko se resiste a declarar sus preferencias por un espectáculo determinado. Por eso cita a Borís Godunov, pero también a La Walli ("una sinfonía de orquesta", dice) y a Mozart, Mozart, tal vez la obra más popular del repertorio, en que la música del genio de Salzburgo comparte protagonismo con su gran enemigo, Salieri.

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