Granja de avestruces y negocios inmobiliarios
Juan Antonio Escobar, marido de la secuestrada, y el matrimonio detenido (Rafael García Alarcón y Carmen Marín Moya, ambos de 36 años) no eran desconocidos. Habían coincidido, según las primeras versiones policiales, en diversas aventuras comerciales que se habían cerrado con un mismo balance: el fracaso. Éste fue el caso de la granja de avestruces que abrieron a principios de año en Cuenca. Escobar, farmacéutico como su mujer, puso presuntamente el capital, y el otro matrimonio, la mano de obra. Pero la industria cárnica no avanzó y la distancia entre unos y otros aumentó un poco más. No era la primera vez que ocurría.La policía, aunque ayer mantuvo los detalles en la penumbra, reconoció que Escobar había alquilado con anterioridad un piso a la pareja y también había participado con ellos en un "negocio inmobiliario" que había generado una deuda considerable. Fue de este hilo del que, nada más que se conoció el secuestro, tiraron los agentes de la comisaría de Aranjuez para determinar la identidad de los autores. Un cabo que pasó inadvertido al marido de la víctima, pese a que el hombre que le había exigido el rescate y con el que mantenía la negociación telefónica era precisamente Rafael García Alarcón.
A este cuadro se añade la figura del tercer detenido, Rachif Kedjr Ahmed, de 26 años y con antecedentes por tráfico de droga. Este hombre, vinculado por la policía al mundo de la cocaína, había entablado relación con el matrimonio arrestado a través de la asistenta de éstos en el chalé que tienen alquilado en Pozuelo de Alarcón (el municipio con mayor renta per cápita de Madrid).
Gente extraña
El matrimonio García-Marín, pese a su difícil situación económica (fuentes policiales la calificaron de ruinosa), pagaba 200.000 pesetas al mes por la lujosa casa de tres plantas. "Era gente un poco extraña; hacían creer que podían ser objeto de un secuestro y cosas así", dijo un investigador.Marido y mujer, con un hija de nueve años, tenían caracteres opuestos. Ella era extrovertida y sociable y él no cruzaba ninguna palabra con los vecinos. "Caminaba con la cabeza agachada, como si tuviera algo que ocultar", comentó un vecino de la urbanización de Pozuelo. Los vecinos comentaron ayer que Rafael pasaba mucho tiempo fuera de la casa pero nunca oyeron una discusión o riña entre la pareja. La asistenta corroboró el dato.
La mujer, Carmen, era cariñosa y salía a menudo al jardín con su hija. Delante del vecindario sólo reveló un dato de su vida privada: "Tenemos una granja de avestruces", dijo un día.
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