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El PNV y su doble

La lógica del Pacto de Estella se asienta sobre las ruinas del Pacto de Ajuria Enea o, mejor dicho, sobre su inversión exacta. No se exige el abandono irreversible de la violencia como condición previa al diálogo; se solicitan recompensas políticas para el nacionalismo en su conjunto; finalmente, y esto me parece lo más grave, en lugar de aislar al fascismo, se forma un frente hegemonizado por él. El Pacto de Estella lleva seis años gestándose. Arzalluz inició a partir de Leizarán (1992) una "estrategia de la tensión" cuyo fin principal consiste en gestionar la paz cuando ya no se puede seguir gestionando la violencia. Para convertir la derrota policial de ETA en victoria política de todo el nacionalismo había que poner toda la carne en el asador, es decir había que radicalizar al PNV. Pero esta política tiene sus límites: no puede ser mantenida a largo plazo por el PNV porque implicaría perder una parte de sus apoyos más moderados, sin que este desgaste pueda ser compensado por la captación del voto radical. Durante la noche de las elecciones, el rictus de Arzalluz hacía innecesarios los afinados análisis de la ciencia política; los músculos faciales constituían todo un informe: "No hemos pescado nada entre nuestros protegidos de EH y encima perdemos algunos votos moderados".Si el PNV hace honor a sus compromisos de Estella, o sea, si persigue el insensato plan de acabar con el terrorismo reforzando las tesis políticas de sus partidarios, y si a la vez quiere responsabilizarse del ejecutivo autónomo, se le presentará una formidable dilema: gobernar y estar en la oposición, no de manera alternativa, como ocurre en las democracias no surrealistas, sino de forma simultánea como a menudo ocurre en la democracia vasca. Pues bien pudiera ocurrir que el partido que nos gobierna diga A en el Ejecutivo mientras grita Z en la calle. Al fin y al cabo la ciudadanía vasca es, por prudencia o por convicción, muy sufrida; pero soportar el circo de una Asamblea de Ayuntamientos como poder paralelo o alternativa al poder institucional podría ser demasiado fuerte incluso para una sociedad domesticada. Convivir fraternalmente con el fascismo vasco supondría en un plazo breve una pérdida de apoyos que el PNV no puede permitirse.

Para preservar al partido del desgaste a que lo deja expuesto su política aventurera sin apearse de la aventura, será preciso engañar a todos a la vez. Estar con los radicales en la calle para no frustrar las esperanzas suscitadas por el "gran frente patriótico" y gobernar en las instituciones en coalición con un partido no nacionalista, para no alarmar al sector moderado de su propio partido. Pues el PNV está habituado a una práctica que en cualquier otro lugar parecería insólita: gobierna y extrae de ello todas las ventajas legítimas y también las ilegítimas; pero a la vez practica la oposición a su propio gobierno. En realidad llevamos muchos años bajo esta modalidad política inusitada, en la que el partido gobernante, lejos de asumir íntegramente sus responsabilidades, segrega su propia oposición. Todo sale de un mismo partido: Ardanza tranquiliza, Egibar solivianta, Arzalluz dispone.Entretanto los socios de Gobierno consienten. Hasta ahora éste ha sido el alfa y omega de nuestro original sistema político.

Esta vez los socialistas vascos han vuelto a ser invitados por el vicelehendakari a hacer de tapadera; es decir, a ser los "hombres de paja" de un "hombre de paja". El objetivo aparente del "pacto de gobernabilidad" sería evitar lo peor y deshacer la política de "frente nacional" mediante un "gobierno mixto". Pero, al margen de lo declarado, las consecuencias reales serían muy otras: el proyecto frentista seguiría activándose en la calle al margen del Parlamento y del Gobierno vascos; ésta es la tarea reservada al "sector radical" del PNV: ¡que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda! Por su parte, el futuro lehendakari, mediante el recurso de la ambigüedad, preservaría para su partido la falsa imagen de moderación institucional y gobernabilidad. Dispone para ello de varios recursos: puede involucrar de facto al PSE en una política contraria a la pactada ("hechos consumados"); puede reservarse "la gran política" mientras deja a sus colegas de gobierno haciendo los deberes encerrados en sus consejerías ("prerrogativa monárquica"). Estas dos políticas tienen amplios precedentes. Finalmente, si esto falla, puede usar a sus socios como compañeros de viaje hasta las municipales ("productos perecederos").

Ibarretxe conseguiría así transferir el desgaste político a sus socios de gobierno. Los nacionalistas preservarían su ambigüedad a la vez que sus votos. Los socialistas vascos, comprometidos en la imposible tarea de moderar a un partido cuya cabeza sigue alimentando el radicalismo, se vería despojado de su papel como fuerza opositora y asociado en responsabilidad a una situación caótica muy poco satisfactoria para su propio electorado. El efecto en las próximas elecciones podría ser devastador.

El papel de la oposición define el carácter verdaderamente democrático de un Gobierno representativo. Ya es hora de que conozcamos una oposición de verdad; no la oposición que el PNV se hace a sí mismo, desbordando sus propias demandas. El pluralismo, la libertad ciudadana, la autonomía de la sociedad civil frente a los proyectos ideológicamente uniformadores del Gobierno vasco son valores que no pueden defenderse en alianza con quien los desprecia.

Juan Olabarría Agra es profesor titular de Historia del Pensamiento Político de la UPV.

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