_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El rosario de su madre

Juan José Millás

Está demostrado científicamente: la mayoría de los taxistas que llevan un rosario colgado del espejo retrovisor tienen peor carácter que los que llevan unos zuecos asturianos. Además son casi todos pinochetistas.Les ha venido Dios a ver con el asunto éste del torturador chileno, porque hasta ellos mismos se habían dado cuenta de que no podían continuar reivindicando a Franco sin mostrarse necrófilos o necrófagos y asustar a la clientela.

Pinochet, aunque en avanzado estado de putrefacción, todavía se mueve, por lo que se le pueden dar vivas sin que le confundan a uno del todo con Millán Astray, el novio de la muerte.

El otro día tomé un taxi en López de Hoyos y en cuanto vi el rosario de su madre oscilando a manera de péndulo bajo el retrovisor me dije malo malo. Comenzaban en ese instante las noticias de las dos y le pedí al taxista que subiera un poco el volumen de la radio, para ver cómo andaba el mundo.

El individuo me miró con expresión airada y, sospechando que esperaba oír algo estimulante sobre Pinochet, se limitó a llevar la mano hasta el receptor fingiendo que giraba el mando para dejarlo como estaba.

Como no quería discutir, avancé la cabeza y torcí el rostro colocando la oreja en dirección al aparato. Pensé que quizá viendo padecer de aquel modo a un cliente, el servidor público se conmovería, pero no. Entonces, me dirigí de nuevo a él:

-Creo que no me ha oído usted. Le he pedido que suba la radio, por favor.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

-Pero si la he subido -protestó.

-Pues todavía no la oigo -insistí.

De mala gana, se inclinó sobre el aparato y fingió una vez más que subía el volumen cuando en realidad lo puso algo más bajo.

Luego perdió la mirada en el tráfico, para no enfrentarse a mi gesto de perplejidad. El crucifijo del rosario se movía a manera de péndulo, pero en lugar de hipnotizarme, que es para lo que sirven los péndulos, y los crucifijos, me exasperó.

Estaba, pues, dándole vueltas al modo de responder a aquella provocación cristiana cuando advertí que el sujeto tenía forrado el taxi con duras advertencias a los fumadores, así que saqué un paquete y encendí un cigarro.

El hombre me observó desconcertado a través del espejo y durante unos segundos no fue capaz de reaccionar. Debía de ser el primer pasajero que se le rebelaba desde la ascensión o la asunción de Álvarez del Manzano a la alcaldía. No obstante, pasado el primer momento de estupor, se volvió ligeramente y escupió por la comisura:

-No se puede fumar en este coche.

-No me había dado cuenta -respondí cortésmente, y fingí que apagaba el cigarro en el cenicero con un gesto semejante al utilizado por él para fingir que subía el volumen de la radio. Luego continué dando caladas con naturalidad, mientras aparentaba escuchar las noticias de la radio.

El hombre se quedó seriamente preocupado y al poco, ya con la seguridad menos entera, insistió:

-Creo que no me ha entendido usted. En este coche no se puede fumar.

-Pero si ya he apagado el cigarro -dije, y volví a llevarlo al cenicero con el gesto de aplastar la brasa, aunque manteniéndolo encendido.

-Está bien -dijo-. Yo subo la radio y usted apaga el cigarro.

-Pero si la radio está muy alta, hombre de Dios. Y el cigarro ya está apagado hace un rato -respondí echándole el humo a la cara sin contemplaciones.

Entonces detuvo el coche a la derecha, obligando a frenar bruscamente al de atrás, y gritó:

-¡Deje de fumar ahora mismo!

-No me da la gana -respondí en voz baja.

Se acercó un guardia para ver qué pasaba, y yo dije que no estaba dispuesto a apagar mi cigarro hasta que él no subiera la radio.

Como esta gente tan agresiva tiene mucho miedo a la autoridad, cedió al fin de mala gana y subió el volumen justo en el momento en el que decían que hasta el 2 de diciembre no sabríamos si Pinochet era inmunodeficiente o deficiente a secas.

Entonces me bajé del coche, y ya desde la acera dije humildemente al taxista:

-Ave María Purísima.

-¡Sin pecado concebida, imbécil! -vociferó él. Y eso fue todo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_