Borrellismo
A la hora de escribir estas líneas se está todavía desarrollando el comité federal al que Almunia se ha remitido para buscar solución al conflicto que, cual la vieja fábula de las cabras en el tronco sobre el precipicio, le enfrenta de nuevo a Borrell, confiando en la decisión del máximo órgano político de su partido, mientras aún resuenan las baladronadas del ex ministro Belloch sobre el congreso extraordinario al que, por lo visto, los "borrellistas" no parecen temer , a raíz de las reiteradas manifestaciones de tan cualificado portavoz o de Luis Yáñez, a los cuales no va en zaga Ana Noguera, candidata a la alcaldía de Valencia y miembro de la ejecutiva del PSOE, que afirma sin rubor ni responsabilidad que el comité federal no tiene nada que decir porque ya se decidió en las primarias. El tumor cainita que padece el socialismo español ha entrado en fase de metástasis y cualquier posible disparate futuro no puede descartarse. Previsiblemente la sangre no llegará al río, pero todo parece indicar que en breves semanas, días quizás, la situación planteada volverá a reproducirse porque en el juego puro y duro de poder que aquí se solventa ésto no es más que otro episodio provocado, básicamente, por la desmedida y no muy sensata ambición - que parece ir unida a una preocupante inseguridad psicológica- de quien gusta de referirse a sí mismo en tercera persona como el "candidato". El candidato surgió del resultado en las primarias, y la dualidad democrática o bicefalia que desde entonces sufre más que disfruta el PSOE no acaba de encajar en su organización, fundamentalmente porque, naderías interlocutoras al margen, quienes se embarcaron en el apoyo a Borrell como una reválida congresual aspiran a ver colmadas sus expectativas con un golpe de mano orgánico que sacie sus ambiciones políticas. Que Borrell demande y necesite un mayor protagonismo parece tan lógico que nadie puede discutirselo. Que él mismo o sus seguidores exijan el control absoluto del PSOE repugna a la legitimidad democrática tanto como a la pura y simple razón. Difícil resulta no ya admitir sino constatar que existen individuos o colectivos dispuestos a sustituir unos mecanismo internos de legitimación y toma de decisiones que, caducos o no, son homologables con los de cualquier organización europea similar, por un asamblearismo plebiscitario. Porque ya va siendo hora de analizar y ponderar qué existe detrás de Borrell y en qué cemento o cohesión ideológica se aglutinan personajes tan antagónicos como los ex ministros Belloch y Asunción, o cómo encaja en el mismo proyecto nuestro centrista y federal Blair valenciano, Joan Romero -apoyado, al margen de desmentidos oportunistas, por Lerma y sus residuos- con el híspido, agreste y montuno socialismo jacobino de Rodríguez Ibarra o qué cuernos tocan en este desconcierto los inefables y sedicentes radicales de Izquierda Socialista. La experiencia histórica de la socialdemocracia europea, sobre todo alemana y británica, nos muestra un proceso iterativo de candidato fungibles en cada convocatoria electoral que sólo concluye con el triunfo que permite devolver al partido la condición de gubernamental, pero en el ínterin algo y alguien tienen que ocuparse de lo que subsiste tras cada fracaso en las urnas: una organización, más o menos discutible o renovable pero imprescindible. Algunos no parecen verlo así. Será que no están saciados de cesarismo, aunque sea por refrendo.
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