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Las calderas ducales

Cuando Francisco de Goya pintó a la duquesa de Alba como Dios la trajo al mundo no fue porque la antecesora de doña Cayetana Fitz-James anduviera escasa de vestuario. La prueba es lo poco que tardó en acudir al ropero, en cuanto las circunstancias urgieron, y cubrir su cuerpo con un precioso traje de maja que también inmortalizó el sordo de Fuendetodos.No hay constancia histórica de que la Casa de Alba haya sufrido penurias económicas. Habrán tenido sus altibajos como todas las grandes familias, pero nunca se vieron en la necesidad de acudir a la beneficencia. En los últimos años han descendido, sin embargo, al mundo de los simples mortales para ponerse en la cola de las subvenciones públicas. Su reconocida grandeza no le impidió solicitar las 270.000 pesetas que le fueron concedidas por el Ayuntamiento de Madrid para limpiar las fachadas de dos edificios colindantes al palacio de Liria, suma que probablemente sólo alcanzará para comprar los estropajos.

Mucho más cuantiosa fue la ayuda solicitada por doña Cayetana para cambiar las calderas de carbón con las que calentaba otros dos edificios anexos al complejo palaciego de la calle de la Princesa. Cinco millones seiscientas mil pesetas le sacó a las arcas municipales en concepto de subvención para estimular el uso de gas natural, una energía menos contaminante.

Desde el punto de vista medioambiental se puede hasta considerar como un éxito municipal, porque caldear aquellas espaciosas estancias suponía la combustión de toneladas de carbón con sus correspondientes e indeseables emisiones de anhídrido carbónico y gases sulfurosos. O sea que, visto así, la señora duquesa hasta nos ha hecho un favor dejándonos que le pagáramos la renovación del sistema calefactor para que respiráramos mejor. Favor que, en cambio, no le hemos podido hacer a otros ciudadanos y colectivos vecinales a los que, en ocasiones por falta de presupuesto, les fue denegada esa misma subvención.

La limitación de fondos impidió, por ejemplo, a más de doscientos peticionarios acceder a las ayudas que el Ministerio de Industria y Energía concedió durante los años 96 y 97 dentro de su programa de ahorro y eficiencia energética. Entre ellos había una fundación, un hospital, varias comunidades de vecinos y muchos particulares.

Ninguno de ellos obtuvo una peseta del ministerio, mientras que la Casa de Alba lograba arañar dos partidas de casi ochocientas mil pesetas cada una, las únicas otorgadas a título individual.

Una sencilla suma nos permite concluir que, entre unas donaciones y otras, a los ciudadanos nos ha costado casi ocho millones de pesetas mantener templadas las fincas de doña Cayetana. El palacio de Liria está declarado bien de interés cultural, lo que le exime de pagar el impuesto de bienes inmuebles al Ayuntamiento y el impuesto de patrimonio al Estado, lo que en total supone más de ochenta millones de ahorro. La Hacienda pública desgrava con un 20% en el IRPF todos los gastos que se realicen en restauración y mantenimiento del palacio, donde se pueden incluir hasta las facturas del agua y de la luz.

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Son contrapartidas justas y razonables para garantizar la conservación del patrimonio cultural y por la pérdida de intimidad que supone el estar obligados a enseñar los principales salones de su casa al menos cuatro veces al mes a todo el que quiera visitarlos. No es el caso de las subvenciones otorgadas por el Ayuntamiento y el Ministerio de Industria, que tienen presupuestos limitados, y en consecuencia han de ser destinadas a los que más lo necesitan. Es dinero de todos y la Administración no debe consentir que accedan a él con más facilidad quienes disfrutan de mejor posición.

Y la duquesa de Alba, veinte veces Grande de España y con más títulos nobiliarios que la reina de Inglaterra, tampoco debería comprometer el prestigio de su linaje por unos cuantos millones que, aunque pueda acceder legalmente a ellos, son calderilla comparados con su fortuna personal. De qué sirve montar una boda a lo grande si luego al cambiar la calefacción la tachan de pesetera.

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