Carlos cumple medio siglo de espera
El príncipe de Gales celebra sus 50 años emparedado entre su eterna madre y su hijo, el deseado Guillermo
Las fotografías de niñez del príncipe Carlos muestran a un muchacho con un fondo de terror en la mirada. Felipe de Edimburgo -que siente predilección por la personalidad dura y decidida de su hija Ana- creyó que las duchas frías, la comida rancia y la rigidez jerárquica de Eton forjarían el carácter de aquel niño apocado, pero ni el colegio ni la universidad imprimieron otra cosa en su alma que el deseo de irse a casa. A sus 50 años, Carlos Felipe Arturo Jorge Windsor ha adquirido un cierto aplomo verbal, pero mantiene la mirada huidiza y la boca crispada de quien preferiría estar en otra parte. Posiblemente en Highgrove, con Camilla y sus amigos, lejos de Buckingham, de su familia y de las cámaras.Camilla es quizá la clave para entrar en el universo de alguien tan reservado como Carlos. La mayor edad -un par de años- y el mayor aplomo de Camilla debieron marcar las diferencias cuando eran adolescentes y se forjó su relación. Ella era una amiga fuerte, casi maternal -en una vieja filmación televisiva se la ve dar ánimos al principito antes de apearse del Bentley-, y compartía su afición al campo y a la hípica. De hecho, hay quien sostiene que fue Camilla quien le inculcó el amor por los caballos: de pequeño le daban miedo.
Las forzosamente comedidas declaraciones del príncipe apenas dejan intuir el efecto, posiblemente devastador, que sobre él han tenido su terrible matrimonio con Diana y la exposición al público de sus momentos más íntimos. Si un político tan curtido como Bill Clinton lo ha pasado mal al exhibirse los detalles de su breve relación con Monica Lewinsky, no es difícil imaginar el martirio prolongado a que ha sido sometido Carlos. Ha visto publicadas algunas de sus conversaciones con Camilla (nunca nadie olvidará que quiso ser tampax), ha escuchado y leído los peores insultos contra ella, ha soportado el inmenso protagonismo de Diana y ha percibido la cada vez más escasa fe de los súbditos de su madre en su futuro como rey. Para un hombre sensible, y él lo es, la vida que le ha tocado no ha sido especialmente bondadosa.
Ha reconocido varias veces en público que, de haber podido elegir, no habría sido príncipe, sino jardinero o dibujante. Admite, por supuesto, que cumplirá con su deber. Pero cuanto más insiste más perceptible es la dificultad de su posición.
En una familia en la que, inmensa fortuna y yate Britannia al margen, predominan los gustos más o menos sencillos y no muy lejanos de la clase obrera, auténtico soporte, no se olvide, de la monarquía británica -la reina madre bebe ginebra y apuesta a los caballos; la reina hace el crucigrama del Times, sigue los culebrones y cría perros; el padre y su hermano Andrés son marinos valerosos y simplones-, resalta el perfil extrañamente mesocrático de Carlos. La arquitectura tradicional, la ecología a pequeña escala, las acuarelas, las galletas orgánicas y las cenas de los viernes con los amigos conforman el pequeño universo de Highgrove, un palacio en el que Carlos y Camilla son felices, dicen, "con sólo respirar el mismo aire".
¿Será rey algún día? Su tatarabuelo Eduardo VII lo fue a los 61 años, aunque las circunstancias eran distintas: su amante irlandesa había quedado atrás, había amenizado su larga espera como príncipe de Gales recorriendo las timbas y los hipódromos de toda Europa y, sobre todo, su carácter expansivo contrastó felizmente con la lobreguez de los últimos años de la reina Victoria. La Firma, como se conoce al clan Windsor, sabe perfectamente que sólo la juventud proporciona el impulso necesario para un reinado eficaz. Victoria accedió al trono con sólo 18 años, e Isabel era aún la recién casada Lilibeth cuando le tocó el turno.
El abuelo Jorge VI reinó con 41 años, pero, curiosamente, le ayudaron las dificultades: recibió la corona de rebote por la abdicación de su hermano, era tan tartamudo que inspiraba ternura y, a instancias de su esposa -la actual reina madre-, se quedó en Londres durante los bombardeos alemanes de 1940-1941.
Conforme pasa el tiempo, disminuyen las posibilidades de Carlos. Se hace difícil imaginar el perfil de un anciano acuñado en las monedas. Y aún más difícil confiar en que Carlos pueda labrarse el perfil de un rey a la sombra de alguien como su hijo Guillermo, un joven con las facciones de Diana. El príncipe de Gales está emparedado entre su madre, la reina eterna, y su hijo, el príncipe deseado. En el mejor de los casos será un breve monarca de transición. Pero es aún el príncipe de Gales, viva o no con Camilla, se case o no con ella, guste o no al público. La Monarquía británica tiene pendiente un gigantesco salto del siglo XIX al XXI, y quizá un heredero del trono tan poco impresionante y tan poco convencido como Carlos ayude a asumir el gran cambio.
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