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Deportes

Vivimos rodeados por el deporte, por los deportes, especialmente aquellos que ejercen otros y han convertido el concepto en algo objetivo que no excita de forma especial a la emulación. Con el fin de las guerras tradicionales, que afectaban a la población civil y eran causa de charlas y controversias en las barberías, estas otras manifestaciones agonistas, representadas por las ligas, copas y recopas, torneos sobre hierba, tierra batida o moqueta y otras derivaciones, ocupan buena parte de nuestra vida activa, la que transcurre entre el café de las once, el bocadillo del mediodía y el aperitivo de la una y media.Uno siente la compulsión irremediable de mirar para atrás, por puro temor de otear un panorama breve y pesimista. Es tendencia aneja a la edad, cuando encontramos voluptuoso y baratísimo el placer de repasar el tiempo ido, entrecerrando los ojos del entendimiento a la búsqueda de lo que hubiéramos querido ser y hacer. Inequívoco síntoma, como cuando pasamos delante de una ferretería y hemos de confesarnos que no nos hace falta absolutamente nada de lo que sus vitrinas ofrecen. Hay un abismo temporal entre nuestros verdes años y la existencia cotidiana, mucho mayor que el que separaba antaño a las sucesivas generaciones. El primer tercio de este siglo en nada se parece a lo que ahora estamos viviendo. ¿Imaginan ustedes un mundo sin partidos de fútbol, sin quinielas, sin expectativas ante la Copa Davis, huérfano de estrellas multimillonarias, desentendido de los amoríos, bodas y divorcios de personas de ambos sexos que, de tanto en tanto, cuando no tienen cosa mejor que hacer, se suben a un escenario, comparecen ante el juez o desfilan por una pasarela? Pues hubo un tiempo en que la gente sólo hablaba de política y de toros, así, como suena.

Sobre todo, el deporte, porque así llamaron a unos encuentros futbolísticos en los que grupúsculos de personas entretenían la tarde del domingo. No más lejos que la consulta del Espasa -compendio de toda sabiduría y conocimientos- nos remite al deporte como ejercicio físico, a cuya dedicación había que entregarse con las máximas precauciones. En aquellos tiempos -uno comenzó a vivirlos- se centraba en los paseos a pie o a caballo "para conservar la salud o recobrarla", y era, ni más ni menos, "un conjunto de juegos mecánicos producidos por el funcionamiento del aparato locomotor".

Esto no presupone que nuestros inmediatos antepasados ignoraran la existencia, incluso las prácticas deportivas. En muchas ciudades y pueblos había tesoneros sporting clubs y gente que se daba a la natación, al juego de pelota y demostraciones menos violentas, como los bolos o la rana. También, procedente, como tantas otras cosas, de la lejana y aviesa Inglaterra, el boxeo, el hockey y el tenis. Por cierto, ha tenido que transcurrir más de medio siglo y verlo en las pantallas de la tele para que nos enterásemos, creo que la mayoría, de que, en la arbitraria y esotérica contabilidad de los tantos, el empate se llama deuce y no "just" o "yiuts", como pronunciábamos, con petulancia, a la británica, una palabra inexistente. En los tiempos del bachillerato, casi todos los muchachos jugábamos al fútbol, aunque eran contadísimos los que habían visto de cerca un balón de reglamento y chutado entre los palos de una portería. Ignoro la razón, pero la inmensa mayoría de los contemporáneos asegura haber desempeñado el puesto de extremo izquierda.

El colmo era pertenecer a los Boy Scouts, honor que me fue vetado. Este siglo nuestro podría pasar como el de la eclosión deportiva, tanto en la participación como en el interés subsidiario, con la victoriosa y masiva llegada de las mujeres a las pistas, canchas y demás palenques. Disfrutamos, sí, de la famosa Lilí Álvarez, ha poco fallecida cerca de su centenario; pero no llegó a campeona, aunque estuvo entre las destacadas. Quizás los catalanes y aragoneses gozaran antes del esquí; aquí, con Navacerrada a un paso, hemos tenido a los Arias, exclusivistas de la nieve. Los demás se lanzaban a conquistar la Morcuera, en la práctica de heroico montañismo para el que sólo se precisaba entusiasmo, pantorrillas y algunas ideas liberales, rozando el anarquismo teórico. ¡Siglo XX, cambalache!

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