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Tribuna:EL DEFENSOR DEL LECTOR
Tribuna
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Defensa del idioma

Por tres veces, un lector residente en la ciudad inglesa de Newcastle, Gonzalo Canalejo, da las gracias porque la columna del domingo 11 de octubre versara íntegramente sobre una cuestión gramatical (el régimen y el significado de advertir que y advertir de que), y anima al Defensor del Lector a ocuparse con más ahínco de la defensa del idioma castellano ante el maltrato que en ocasiones recibe en las páginas de EL PAÍS. No es la única reacción habida al respecto.Es sorprendente, al tiempo que gratificante, la enorme sensibilidad que muestran los lectores por todo lo relacionado con la corrección del lenguaje. La respuesta que han dado a la petición hecha en la referida columna de que aportaran sugerencias sobre dicha cuestión gramatical es prueba de ello. Algunas de las aportaciones llegadas son auténticos tratados sobre el régimen de la preposición, como es el caso, entre otros, de las remitidas por Julio J. González Buenache, desde Aranjuez; Antonio Casas, desde Gijón, y Gumersindo Plaza, desde Madrid. Todas ellas, como es lógico, serán puestas a disposición de la comisión encargada de revisar y actualizar el Libro de estilo de EL PAÍS y ayudarán, sin duda, al propósito de desterrar vicios y establecer criterios ciertos sobre un uso más correcto del idioma.

Pero esa sensibilidad es mayor, si cabe, en los lectores, españoles o no, que residen en el extranjero (Europa, EE UU, Latinoamérica). Ello se explica, quizá, porque EL PAÍS es el instrumento que utilizan muchos de ellos -bien particularmente, bien en los departamentos universitarios de lengua y literatura- para aprender el español (es digno de resaltar a este respecto el caso de un lector de Nîmes, Francia, que se lamenta de que El Pequeño País, ahora Mi País, haya dejado de distribuirse en Europa por lo mucho que su lectura le ayudaba a mantener al día su conocimiento del español. "Usted, que es español", dice, "no sabe lo que se puede aprender de su idioma en El Pequeño País: conversaciones, maneras de hablar, gritos, vida corriente... Todo lo que no está en el periódico").

El citado lector de Newcastle, por ejemplo, que ejerce de profesor de español en esa ciudad, utiliza EL PAÍS como material pedagógico en sus clases, pues, según afirma, "no hay nada más interesante para un alumno que aprender español a la vez que se mantiene informado de la actualidad española". Se comprende, pues, que quiera un periódico bien escrito, con menos errores e incorrecciones gramaticales que la edición europea que llega a sus manos. "Le escribo también", señala, "porque compruebo que la edición europea de EL PAÍS contiene más faltas (especialmente ortográficas y de concordancia) que las ediciones nacionales". Así parece que es y, en cierta medida, no puede ser de otro modo. Las ediciones posteriores siempre tendrán la posibilidad de enmendar lo mal hecho en la primera edición. Pero el ser la primera de las ediciones no debe constituir una desventaja para sus lectores. Tienen el mismo derecho que todos a un periódico bien escrito y bien informado, aunque, como es lógico, algunos acontecimientos no puedan tener, por su propia evolución, un tratamiento informativo tan completo como en las ediciones posteriores.

Pero a este lector también le parece escasa la atención que dedica el Defensor del Lector a la defensa del idioma, en la creencia de que "esta sección iba a atender más a razones gramaticales, lingüísticas o fonéticas". El uso correcto del idioma entra dentro, desde luego, de las atribuciones del Defensor del Lector, al menos de manera tácita, pues no está expresamente contemplado en su estatuto. Como se ha dicho muchas veces, es la atención a los contenidos informativos, es decir, a la calidad de la información desde el punto de vista de las reglas éticas y profesionales del periodismo, lo que constituye su razón de ser. En todo caso, al menos una docena de columnas dominicales han sido dedicadas íntegramente en los dos últimos años a quejas o sugerencias relacionadas con la corrección del lenguaje. Las páginas de EL PAÍS dan todos los días motivos para algún toque de atención -unas veces suave, otras vigoroso- por causa de giros gramaticales incorrectos, frases mal concordadas o incluso faltas de ortografía. Pero, siempre que hay una queja al respecto, el lector debe saber que no termina en la papelera. Además de la obligada explicación personal del Defensor del Lector, el periodista afectado o el responsable de la sección concernida son convenientemente informados.

A veces, la queja es genérica.Es EL PAÍS como tal el llamado a capítulo. Es el caso, por ejemplo, de la remitida por un lector de Nyon (Suiza), Hernán Rodríguez-Campoamor, respecto de la tendencia "de algunos autores de lengua española que escriben espontáneamente como si tradujeran del inglés", y que, a juicio de este lector, "va alcanzando últimamente proporciones críticas en EL PAÍS". A este fenómeno también se refiere otro lector desde Montreal (Canadá), Francisco García-Quiñonero, y lo atribuye a los "calcos toscos y serviles que se hacen de las estructuras sintácticas del inglés". Como ejemplo de esta influencia insidiosa del inglés, facilitada por la ignorancia en unos casos y por una actitud neciamente claudicante en otros, este lector señala la incorrecta construcción pasiva que suele hacerse con el verbo "preguntar" en casos como éste: "Fulanito respondió con evasivas cuando fue preguntado a propósito de tal asunto". Con razón señala que "la construcción pasiva es perfectamente impropia en estos casos, ya que la persona a la que se pregunta es el complemento indirecto de la oración, el cual nunca puede transformarse en el sujeto de la oración pasiva en español; en inglés sí, y de ahí viene el problema". ¿No es periodísticamente más directo, además de gramaticalmente correcto, recurrir en esos supuestos al giro "A preguntas de los periodistas, el entrenador reconoció..." o utilizar el verbo ""interrogar"", que sí admite la forma pasiva "ser interrogado"?

Pero esta traducción tosca del inglés, propiciada sin duda también por esos diccionarios bilingües de baja calidad al uso en el espacio informático, va más allá de la introducción de esos extranjerismos que pueden terminar por enriquecer el idioma; se convierte en una máquina de creación permanente de auténticos barbarismos o idiotismos que lo empobrecen. En lo que se refiere a EL PAÍS, el lector de Nyon (Suiza), señala: "No hay número en donde no aparezcan "seguidores" (followers) por partidarios; "muerte a fulano" (death to...) en lugar de muera; "larga vida a mengano" (long life to) a trueque de viva; "cuerpo" (corpse) cuando se trata de un muerto, o sea, de un cadáver; "contactos" (contacts) cuando es cuestión de comunicaciones, conversaciones, relaciones; "privacidad" (privacy) a guisa de intimidad; "escenario" (scenario) cuando en realidad no se trata del lugar de la escena, sino de un argumento o un guión, y tantos otros casos...".

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.

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