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La noche de las ánimas

JULIO A. MÁÑEZEra como quien dice la noche de las ánimas cuando Eduardo Zaplana, el gran burlador cartaginés, se disfrazó del Tenorio para seducir a unos cuantos miles de ancianos confinados en el territorio de Mestalla. Todo para nada. Allí pasó lo que tenía que pasar: desorientación a la hora de ir o venir de los lavabos, servicio de avisos por los altavoces que impedían seguir como merecen las ortopédicas canciones de un puñadito de artistas locales ajenos a toda intención de disfrutar de una jubilación bien merecida, caídas masivas ante la dificultad escalonada de las gradas y, en fin, una arrabalera María Abradelo tan dispuesta a lo que sea que no vacila en dirigirse a los ancianos talmente como a los niños de pecho. Grandes claros en las gradas, enfado general de los mayores en esta anciana fiesta, cuatro patéticas animadoras de campo empeñadas en convertirse en multitud a cincuenta metros de distancia cada una, asalto general de la concurrencia a las parcas provisiones de un catering de insulto, Rosita Amores y El Titi en trance de desplomarse sobre el disparatado escenario, aunque por razones diferentes, y para qué seguir. Sigamos. Tampoco es que Eduardo Zaplana y Rita Barberá sean precisamente David Bowie y Tina Turner, pero, en fin, también se les paga para que osen intentarlo alguna vez. No me atrevo a preguntar dónde estaban Julio Iglesias o Francisco, ausentes acaso para evitar comparaciones con el respetable que no llenaba el campo, pero convengamos en que resulta del todo inexplicable el escaqueo de Antonio Ferrandis en ocasión tan señalada. ¿O es que no le pagan también por eso a este hombre que se cuela de extranjis en tantos otros sitios? La vejez debería arder de furia al caer el día, dijo un poeta que murió joven (no, Ana Belén, reina, que no, que te lo digo yo, que no es Lorca, bonita, y menos aún Víctor Manuel, prenda), y el dúo Barberá-Zaplana casi que lo consiguen a fuerza de animosa conmiseración rústica. Se ve que no se miran al espejo. Lo mejor, el comentario de un niño anónimo a su padre: si hacen esto con los abuelos para que les voten, ¿les votan lo mismo si no les gusta el bocadillo? Pues no, señor, no nos gusta el bocadillo ni el companatge ni les vamos a votar, muchacho, y apenas nos disgusta que la Senyera revolotee por los espacios exteriores a condición de que se la queden si es posible para siempre, sola o en compañía de otros. En el exilio interior de los Premis Octubre el inclemente Eliseu avanza por los corredores del Rector Peset con la abstracta determinación con que desfilan las modelos por la pasarela, cuando le sale al encuentro Joan Enric Garcés, que es lo mismo que decir la obstinación por ajustar las cuentas con la vida, un tipo grande con gafas y mostacho que mira con un distanciamiento británico. Bromeamos en la medida en que eso puede hacerse con persona tan severa y a propósito de Pinochet, así que quito hierro para meter acero sugiriendo que al general chileno habría que encerrarle en una jaula con un sayón a rayas, como hiciera Fujimori con el líder barbudo de Sendero Luminoso, y cobrar entrada para verlo, a la manera del hermano mayor de Lady Di con su fúnebre negocio. Pero no. Más inmune que impune, el señor Augusto ha sido trasladado a una clínica privada para alcohólicos y drogadictos (uno pensaba que venía a ser lo mismo) en las afueras de Londres. Se ve que los británicos, más educados que educadores, carecen de centros de acogida adecuados para delitos de tanto dolor y tanta sangre. Lejos del tráfico de ancianos que fascina a nuestro más honorado que honorable Zaplana en vísperas electorales, parece que su partido, o sus inspiradores, mediáticos o de los otros, los de la sisa, que ahora roturan terrenos forestales como quien airea la tierra de su jardincito particular para sembrar geranios, se conforman con amagar la conclusión del pacto lingüístico en lugar de preocuparse por cerrarlo de una vez, no sé yo si con la bendición del Santo Padre, para tribulación de un Jordi Pujol que oscila entre su obediencia cristiana y la regañina a Paquito Camps, el escorxador. Para qué, me pregunto, van a cerrar la cosa estos tratantes de ganado si ya han conseguido turbar a Joan Romero, desinquietar a Tarancón y medio colocar a Joaquín Calomarde, a ver si el chico sirve finalmente para algo, una vez demostrada la caracatadura del ensayismo o aforismo o forismo galáctico de Rosa María Rodríguez Magda, estrella local de una prosa más disparatada que las mesas de los telediarios. Las buenas noticias, que las hay, no desesperen todavía, son que Alfons Cervera no presenta ningún libro durante la semana próxima, uf, y que no parece inminente el rodaje de ninguna película valenciana. Sé que no es mucho, pero de algo nos libramos.

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