Del modelo catalán al vascoXAVIER BRU DE SALA
Después de las elecciones, algunas lecciones de la partida que se presentaba como decisiva y acabó en tablas. Para los nacionalistas, que el lógico premio electoral al fin de la violencia se ha restado de los demás partidos de obediencia vasca. Para el Partido Nacionalista Vasco (PNV), que los electores no sienten el entusiasmo que se les suponía hacia los deportes de aventura política, y que la división en frentes bloquea la alternancia. Para los socialistas, que el muy significativo sorpasso es consecuencia de no tener otro proyecto nacional ni otra estrategia para Euskadi que los liderados por el PP. Para los populares, la confirmación de que su técnica habitual de empezar muy broncos para suavizarse luego reporta pingües beneficios, pero no es el gordo. Para los dos miembros del llamado bloque constitucionalista, la reiteración de que a los nacionalismos se les puede aproximar o alejar, condenar o integrar, pero que, después de un siglo de intentarlo, sigue siendo imposible arrollarlos. Para todos, que habrá que reformular pactos desde la estabilidad y sin tanta prepotencia. Del modelo vasco al modelo catalán. Para los catalanes, la persistencia del empate es una excelente noticia, ya que confirma, incluso en tiempos de paz, la superioridad de nuestro modelo político sobre el de Euskadi. Allí, el nacionalismo ha dejado de estar dividido en violentos y no violentos para pasar a sustentarse en dos actitudes (suponiendo que sean dos, ya que les une el mismo autodeterminismo): los independentistas absolutos, 330.000 votos sumando los de Eusko Alkartasuna a los 223.000 de Euskal Herritarrok, y los 350.000 independentistas relativos que votaron al PNV. Aquí, Pilar Rahola acusa a Josep Lluís Carod-Rovira de no ser independentista sin demostrar que ella lo sea (más allá de la consabida, y ahora ya tímida, retórica). Todos los nacionalistas catalanes temen que una radicalización efectiva de posiciones conllevaría el alejamiento de una porción importante de la sociedad. Los vascos la dan por descontada. Aquí unidad civil y allí serios intentos de división social que por el momento no acaban de cuajar. Otra lección, de generosidad aritmética, que retoca la foto final. Desde el primer momento, este y otros periódicos han contado los seis diputados que tenían los anguitistas de Izquierda Unida-Ezker Batua (IU-EB) como no nacionalistas. Ya que nada hace suponer que sea por simplismo o desconocimiento de su origen (IU no se comió allí un rosco hasta la autodisolución de Euskadiko Ezkerra en aguas socialistas), puede concluirse que se trata de una insólita -por el destinatario- generosidad política. Lo contrario, lo cicatero pero no menos cierto, habría sido destacar que los firmantes de Lizarra han perdido cuatro diputados. Dado que no es sencilla la adjudicación exacta de cada uno de los votos de IU-EB a una u otra opción, se los podría haber dividido en dos mitades, decisión tan convencional como cualquier otra, pero menos inexacta que la adoptada. Resultaría que el bloque nacionalista habría descendido ligeramente en diputados. Sin llegar a romperse en términos generales la imagen del equilibrio, la foto resultante hubiera sido bastante más precisa que la publicada ya que, sin desmentir las grandes líneas del match nulo, concuerda con el superior incremento en votos y el mayor porcentaje de los no nacionalistas. El bloque nacionalista aguantó muy bien el incremento de participación y se llevó casi la mitad de los 245.000 votos de más, pero sufrió un ligero descenso digno de figurar en titulares. Última lección. Los nacionalistas del PNV han aguantado su primacía absoluta a causa del mayor radicalismo de sus posturas. De no mediar la división en bloques y el conflicto (con o sin tregua), es probable que el PNV sintiera, en vez de la tranquilidad del mando eterno, el aliento de la alternancia en el cogote. El pujolismo siente idéntica tentación, pero no se atreve con la responsabilidad de cargarse la idea de un sol poble. La ley lingüística acabó consensuada. Si no puede decirse que haya fracasado en su intento de situar el coto vedado de la reivindicación nacionalista lejos del alcance de Pasqual Maragall, es gracias a la música de los tres tenores y a las posiciones históricas del PSOE, ahora reverdecidas por José Borrell. ¿Será suficiente en Cataluña la acusación de sucursalismo y neocentralismo socialista para mantener a Jordi Pujol en el poder? Si el PSOE aprende la lección de las urnas vascas, no. Razón de más, algo habrá que hacer si encima la credibilidad de Pujol como cosechador de resultados puede verse seriamente dañada (nuevo retraso del AVE, la caja de Pandora de las autopistas, la persistencia de la mala financiación de la Generalitat). A la vista de su dudosa situación, Convergència i Unió (CiU) se ha sacado de la manga el asunto de las selecciones deportivas, pero el plumero electoral ha sido destapado antes que nadie por algún conspicuo pujolista del ala radical. Ya que el modelo catalán propicia la alternancia, la mejor manera de perpetuarse en el poder consiste en adoptar un seudomodelo vasco inventando reivindicaciones de última hora que a nada comprometen y apelando a maximalismos verbales, Galeuscas y otras hierbas para el 2010, que los amigos del Gobierno central no deberían ni molestarse en comentar ("mientras no se pongan tontos con el aeropuerto o las infraestructuras...", deben de pensar). Todo sea por ocultar el fracaso negociador de la segunda parte de la legislatura española y el temblor de piernas ante el balón de oro de los Presupuestos Generales -que se aprueban sólo a cambio de que Aznar no eche las generales encima de las autonómicas-. Pero cuando Carod-Rovira presenta propuestas que deberían ser objeto de amplio consenso, CiU mira para otro lado. Al revés del PNV, CiU no osa pisar fuerte. No se sabe cuánto desea imitar en serio al PNV, pero sí que el temor al abismo social supera la necesidad electoral. Por culpa del vol i dol, más de un catalán perdió bous i esquelles. El pujolismo está agotado, el arzallismo no.
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