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Crítica:ZARZUELA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las carencias de un lavado de imagen

El planteamiento, de entrada, es atractivo: enmarcar la zarzuela en un formato cinematográfico, manteniendo el protagonismo teatral; rememorar desde hoy el 98 bajo el signo de las actualidades de uno y otro medio. Un singular narrador, el cineasta Miguel Picazo, ejerce de maestro de ceremonias con atinados comentarios tratando de dar unidad al espectáculo. La idea tiene interés, desde luego, pero la realización se va, poco a poco, desvaneciendo, con altibajos, sin continuidad: no acaba de funcionar.Las dos zarzuelas de Fernández Caballero y Miguel Echegaray que conforman el programa no se dan independientemente. Se comienza con Gigantes y cabezudos, tras su primer cuadro se intercala La viejecita y al final se retoman las dos últimas escenas de la zarzuela ambientada en Zaragoza.

Actualidades del 98

Sobre una idea de Rafael Azcona. Gigantes y cabezudos y La viejecita. Música de Manuel Fernández Caballero. Libros de Michel Echegaray. Orquesta de la Comunidad de Madrid. Director musical: Miguel Roa. Dirección de escena: José Luis García Sánchez. Teatro de la Zarzuela, 27 de octubre.

Pérdida de tensión

No aporta nada esta alternancia; al contrario, supone una pérdida de tensión, y mucho más si los cambios de escena se hacen con barullo, ruido y desesperante lentitud por un lamentable equipo técnico, perjudicando la concentración del narrador y del público. Surgió una voz desde la sala: "¡Qué aburrimiento!". No le faltaban razones.Miguel Roa conoce magníficamente el oficio y sabe extraer de la zarzuela su gancho, pero en esta ocasión el tono musical estuvo, especialmente en la primera parte, bastante apagado, con unos cantantes que no transmitían la chispa del género. Únicamente al final María Mendizábal puso un poco de garra en el bombón del personaje de Pilar.

Las mejores escenas fueron aquéllas en que prevalecía el teatro -el segundo cuadro de La viejecita- por la comicidad de Jesús Castejón (el triunfador de la noche) o Pedro Miguel Martínez, y por un aire de farsa y opereta con que García Sánchez parecía despertar del letargo.

Fue un espejismo. Todo volvió después a una mortecina indiferencia, entre el tópico y la insuficiencia de recursos para mantener viva la atención.

La zarzuela no pudo competir con la irresistible ascensión del cine. Se fue hundiendo sin remisión. Ahora, el buscado tratamiento cinematográfico de García Sánchez y sus colaboradores no la redime. Es más: resalta sus carencias. Los lavados de imagen son más efectivos cuando proceden del buen teatro, y éste sólo se manifestó a cuentagotas.

El público del estreno en el teatro de la Zarzuela de Madrid, triunfalista a rabiar (incluso hubo un par de tímidos amagos de aplausos cuando apareció una imagen de la Virgen del Pilar), ovacionó casi todo y algún sector mostró su desaprobación al final por el apartado escénico.

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