La nueva hospitalización de Yeltsin prueba que no está en condiciones de dirigir el país
Borís Yeltsin ingresó ayer en el sanatorio de Barvija, en las afueras de Moscú, para recuperarse de una supuesta crisis aguda de fatiga, mientras Yevgueni Primakov le sustituía en Viena en la cita con el canciller Víktor Klima, que encabeza este semestre la UE, y con el presidente de la Comisión Europea, Jacques Santer. Este cambio de planes refleja dos claves de la situación política en Rusia: que el teórico líder del Kremlin no está en condiciones de llevar las riendas del país y que el poder real se ha trasladado al jefe del Gobierno. La oposición insiste en que el presidente debe dimitir.
Durante toda la semana, Yeltsin insistió en que no suspendería su viaje a Austria, consciente de que eso supondría el reconocimiento de que su última dolencia, que le obligó a acortar un viaje por Asia Central, era mucho más que una simple bronquitis con unas décimas de fiebre. La primera señal de alarma surgió cuando se redujo de dos días a uno la duración prevista de la visita. La segunda consistió en la anulación del viaje por consejo médico y el anuncio de que el presidente se tomaría un par de semanas de vacaciones. La tercera y más grave se produjo ayer por la mañana, cuando Yeltsin ingresó en Barvija.Rusia lleva más de un año con un presidente que trabaja a media jornada, o menos, que pasa más tiempo en su residencia de Gorki-9 que en su despacho del Kremlin, que habla palabra a palabra con desesperante lentitud, que pierde a veces el hilo de lo que está diciendo y que suelta disparates descomunales que tienen que rectificar sus ayudantes.
Ya sea alzheimer el mal que padece, arteriosclerosis cerebral, demencia senil o los achaques lógicos en un corazón débil, pese a los cinco puentes que le implantaron hace dos años, es evidente que Yeltsin ya no está en condiciones de dirigir la segunda superpotencia militar del planeta como antes lo había hecho. Es la tesis de la oposición.
Ayer, su portavoz, Dimitri Yakushin, se las vio y se las deseó para dar la sensación de que no hay motivo de alarma. Su afirmación de que se mantiene la agenda presidencial para noviembre es ridícula, sobre todo después de decir que la estancia en Barvija dependerá de la "marcha del tratamiento curativo".
El desarrollo de la última crisis ha permitido, sin embargo, que el país, mal que bien, siga adelante sin que el presidente tenga ya el control. Primakov, pese a tener un año más que Yeltsin (68) y nueve más que la esperanza de vida de los hombres en Rusia, está demostrando que no le falta energía, aunque no haya sido capaz de presentar aún un programa concreto para salir del bache. En los foros internacionales, se le considera ya como el interlocutor con el que hay que tratar.
El escenario político ruso descuenta ya la ausencia de Yeltsin. El ex primer ministro Víktor Chernomirdin ha propuesto, por ejemplo, un cambio constitucional que permita que el primer ministro sustituya al presidente hasta el final de su mandato si éste se ve obligado a renunciar. El diario Segodnia hablaba ayer de un pacto implícito para llegar hasta julio del 2000, fecha de la próxima elección presidencial, con Yeltsin en Gorki-9, como una figura decorativa, y Primakov como primer ministro y práctico vicepresidente, una figura que ya no existe.
Ayer, en Viena, el primer ministro, convertido ahora en la principal representación del poder, suscribió con Santer y Klima un comunicado en el que se reconoce que "un programa de política económica creíble y viable resulta esencial para responder a las necesidades impuestas por la presión social; cumplir las obligaciones financieras y restaurar la confianza en los mercados y la estabilidad del rublo".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.