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Carrera presidencial en plena crisis

El primer ministro apunta ya sus aspiraciones para entrar en la disputa del Kremlin

Con Borís Yeltsin reducido a una incógnita, la de si su salud le permitirá o no sobrevivir hasta julio del 2000, la carrera presidencial en Rusia se ha disparado en medio de una crisis de consecuencias catastróficas y a la que aún no se ve salida. El propio jefe del Gobierno, Yevgueni Primakov, a quien hace dos meses no se conocía otra ambición que la de continuar como ministro de Exteriores, forma parte ya del selecto grupo de líderes en el candelero del relevo en el Kremlin.Primakov defiende la conveniencia política de que Yeltsin agote su mandato y niega, con tanta rotundidad como un día dijo que nunca sería primer ministro, que aspire a la presidencia. Sin embargo, algunos analistas consideran significativo que Primakov haya fichado a Serguéi Shajrái, ex viceprimer ministro, que hasta junio fue representante de Yeltsin en el Tribunal Constitucional.

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¿Por qué habría Primakov de rescatar a quien sus circunstanciales aliados comunistas acusan de complicidad con Yeltsin en la ruptura de la URSS, el bombardeo de la Casa Blanca o la guerra de Chechenia? Tal vez porque piensa en el Kremlin. Las posibilidades de Primakov, aceptado por consenso como jefe de Gobierno por su supuesta falta de ambición, dependen de circunstancias tan etéreas aún como el cambio de las reglas del juego: disminución de los poderes del presidente, cambio del sistema de elección, etcétera. Se da por hecho que se sacrificaría tan sólo si viniesen a pedírselo.

Otro líder que parece sentirse cómodo en la posición de esperar y ver es Yégor Stróiev, presidente del Consejo de la Federación (Cámara alta del Parlamento), un ex miembro del Politburó comunista en tiempos de la URSS, reconvertido al pragmatismo.

Pero, hoy por hoy, el principal candidato a la sucesión es el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov. Todas las encuestas le sitúan tan sólo por detrás del comunista Guennadi Ziugánov, señalado como seguro perdedor en la segunda vuelta. Luzhkov, que durante años ha escondido la cabeza, la ha sacado sólo cuando se ha hecho evidente que Yeltsin ya no puede cortársela.

Además de dar a entender que será candidato, Luzhkov -que tiene en Moscú una formidable plataforma económica, política y mediática- ha lanzado la idea de un bloque de centro-izquierda al que quiere sumar a los comunistas. Consciente, no obstante, de que le falta un partido, está dejando que el general Andréi Nikoláiev se convierta en su punta de lanza para forjarle uno.

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Sumido en sus contradicciones internas, el principal partido del país, el comunista, no acaba de disfrutar de su última victoria: el rechazo de Víktor Chernomirdin como primer ministro. La opción de Guennadi Ziugánov no se ha fortalecido, ya que sigue siendo muy intenso el sentimiento de que éste llegó ya a su límite en julio de 1996, cuando cayó derrotado ante Yeltsin.

El único que parece capaz de plantar cara a Luzhkov es el general Alexandr Lébed, actual gobernador de la región siberiana de Krasnoiársk. El hombre que paró la guerra de Chechenia y que no esconde su admiración por Augusto Pinochet circula por el mismo territorio nacionalista que Luzhkov, y en sus frecuentes viajes al extranjero intenta convencer a Occidente de que no supone el peligro de dictadura que a veces se le atribuye. Su punto flaco es la falta de una base económica sólida. En Krasnoiársk, por ejemplo, contó con el apoyo declarado de Borís Berezovski, el maquiavélico magnate que presume de hacer y deshacer a su antojo en el Kremlin y que siempre pasa factura por su favores.

Más allá de este manojo de candidatos, declarados o potenciales, no se vislumbra a nadie con posibilidades reales de llegar al Kremlin. El liberal Grigori Yavlinski, reacio visceral a cualquier alianza, no puede llegar hasta la masa desde su torre de marfil. El reformista radical Borís Nemtsov, considerado hace un año el delfín de Yeltsin, ha quedado fuera de juego en esta crisis. Y Chernomirdin, que en agosto parecía tener cuatro ases en la mano, quedó marcado por dos bofetadas implacables de la Duma cuando Yeltsin le propuso para volver a dirigir el Gobierno.

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