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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Delors en Pörtschach

EL ESPÍRITU de Jacques Delors ha sobrevolado la cumbre informal de Pörtschach (Austria). No es casualidad, sino el efecto de que ahora, en el Consejo Europeo, hay una nueva mayoría rojo pálido. Esta reunión no era para llegar a conclusiones. Ha sido útil no sólo para presentar en sociedad (europea) a Schröder y a D"Alema, sino para, quizás, poner los primeros hitos de una Europa en la que el mercado y la moneda única no son fines, sino medios; una Europa que, pese a su buena situación económica, no confiará sólo en el crecimiento para combatir el paro. Hacen falta medidas activas.Así, de la mano del socialista Jospin vuelve a hablarse de ese postkeynesianismo europeo que propusiera Delors hace un lustro, para fomentar la demanda y las grandes obras europeas, ya sea por medio de empréstitos comunitarios, o de las reservas, como propone ahora D"Alema. En Pörtschach se ha dado un amplio acuerdo para constituir un polo económico y político que compense al monetario. Schröder aboga más abiertamente que su predecesor por una mayor coordinación de las políticas económicas.

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Pero una cosa es coincidir en el diagnóstico, y otra en la terapia, especialmente cuando en la Unión Europea hay intereses nacionales divergentes en juego. Lo que se ha debatido en Pörtschach se refiere a problemas que no conviene ignorar. Se está fraguando un conflicto entre el poder político en la UE del euro, y el monetario, el Banco Central Europeo (BCE), que no ve con buenos ojos ni la política más laxa sobre los déficit públicos, que propugnan Schröder y otros, ni la demanda generalizada para bajar los tipos de interés. Pero en este mundo en turbulencia, la UE debe "constituirse para salir de la crisis", como señaló el canciller austriaco, Viktor Klima.

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En Pörtschach se ha entreabierto la hipótesis de que Londres pierda el cheque de devolución de parte de su contribución a las arcas comunitarias, cuando el Parlamento Europeo -como indicó su presidente, el español Gil Robles- empieza a considerar la necesidad de que se fijen impuestos comunitarios para nutrir los gastos de la UE. Ambas ideas ponen los pelos de punta a Blair.

Que los dirigentes europeos siquiera osen hablar de ellas refleja que Blair no está logrando tener el peso que quería en Europa. No puede tenerlo mientras su país no participe en el euro. Y resultan fútiles los intentos de compensar esta cojera europea con propuestas aparentemente nuevas, pero más nominalistas que sustanciales, sobre la defensa europea. Quizás Blair se haya percatado que con Schröder, Jospin y ahora D"Alema -a los que hay que sumar otros- existe una masa crítica rojo pálido suficiente. En este nuevo contexto, la política europea de Aznar aparece, más que aislada, empobrecida y desbibujada. Está bien impulsar la cooperación en temas de Justicia e Interior y en la lucha contra el terrorismo. Pero desde que llegó al Gobierno, Aznar no parece salir de esa letanía en los Consejos Europeos, y los otros se están empezando a mostrar, como en Pörtschach, más creativos.

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