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Tribuna
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Que hablen más votos

Si la mitad de un país no sabe, no contesta o sencillamente oculta en los sondeos de opinión sus preferencias electorales es que algo anómalo ocurre en su constitución como sociedad democrática; que mucha gente siente miedo a hablar en público con sus votos. Cuando la opción por un partido puede acarrear daños ciertos en forma de tiros, palizas y ostracismo social, un segmento de la población se lo piensa dos veces antes de manifestar una preferencia política no vaya a ser que al final todo el vecindario sepa lo que cada cual vota. Se opta entonces por no contestar u ocultar lo que se piensa votar. El resultado más habitual de tanto recato es el crecimiento de la abstención.El mandato del PNV se ha basado en la singular combinatoria de un sistema pluripartidista doblemente fragmentado y un alto nivel de abstención: entre izquierda y derecha, y nacionalistas y constitucionalistas, son siete partidos a repartirse el 60% del censo electoral. Esto explica que sin llegar al 30% de los votantes, el PNV haya gobernado con no más del 17% de los electores: en las últimas elecciones autonómicas sólo votaron 304.000 ciudadanos de un censo que ascendía a 1.750.000. Cuando a sus dirigentes se les llena la boca hablando por la totalidad de "este pueblo", olvidan que ni siquiera cuentan con un quinto de la población con derecho a voto. Exactamente uno de cada 5,8 ciudadanos vascos votó en las pasadas elecciones al partido que, acaparando poder institucional y tejiendo sólidas redes clientelares, ha logrado identificar sus símbolos con los de la nación; no ya la bandera o el himno: cuando se abre la página EAJ-PNV de Internet lo que se encuentra el navegante no es la oficina de prensa de un partido sino una denominada "Euzkadiko Prentsa Idazkola, Oficina de Prensa de Euzkadi" (con "z" en el original).

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Nunca se ha visto caso igual de sinécdoque política: los del PNV toman su parte por el todo cuando su parte llena poco más de la sexta parte del todo. Siendo esto de por sí notable, lo verdaderamente insólito es que gracias a la mezcla de abstención y de sistema pluripartidista doblemente escindido, el PNV ha podido gobernar sin oposición, en la envidiable situación de no tener enfrente a nadie que pudiera constituirse en alternativa de gobierno. Y esta evidente anomalía es lo que puede comenzar a cambiar hoy si la población absentista decide votar, pues siendo el PNV el gran beneficiario del combinado pluripartidismo más abstención es probable que a mayor afluencia a las urnas, más ilegítima resulte su pretensión de representar a la totalidad de la nación vasca. Por eso, tras la euforia inicial y las habituales astracanadas de su líder carismático, todos sus esfuerzos se han dirigido a enfriar el ambiente y hablar con su lenguaje de reserva, el de la moderación y el consenso. Ibarretxe ha cumplido ese papel con especial eficacia: escucha sonriente las intemperancias de su mandamás para a renglón seguido solicitar la educación y el consenso... de los otros.

Pero cuando hablen más votos el PNV no tendrá que hacer frente únicamente a un posible descenso relativo de su mejor parte, sino a lo que pueda dar de sí el otro efecto presumible del cese de la violencia: el mayor atractivo que sobre un nacionalismo radical pero cansado de muertes pueda ejercer la declaración de poder municipal soberano que HB ha plantado como meta de su política. Con esa llamada, HB-EH recupera una tradición muy querida del nacionalismo: considerar a los ayuntamientos como ámbito en que se expresa la soberanía del pueblo y, por tanto, como abanderados del movimiento de independencia nacional. Si por el lado de las coaliciones de gobierno, el PNV puede verse obligado a un más equitativo reparto de poder con sus antiguos socios, por el lado del frente nacionalista puede sentirse a remolque de sus novísismos coligados de Estella. De cómo resuelva ese doble tirón va a depender el futuro que hoy abren con sus votos los electores de Euskadi.

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