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Reportaje:

Emotivo recuerdo del cura asesinado en Chile

VIENE DE LA PÁGINA 1 Los militares exigían que su hijo se entregara a las autoridades militares. Clara recuerda que al día siguiente los agentes la llevaron a un lugar aparte para interrogarla sobre el paradero de su hijo. Seguía a ciegas, y al no conseguir resultados, la empezaron a golpear entre burlas. "Jamás he rezado, pero en aquellos momentos recé para que Helios no se entregara". Sin embargo, Helios se entregó. "Pudo más el amor de hijo aun sabiendo que iba a una sala de tortura", solloza Clara, que recuperó la libertad tras 48 horas de vejaciones. La libertad fue como salir de una pesadilla para entrar en otra: ¿qué estaban haciendo con su hijo?, ¿cómo conseguir que saliera de la cárcel? Se sucedieron entonces días "de angustia terrible". Helios estaba en una "casa de tortura" y compartió sufrimiento con compañeros que acabaron asesinados, como el sacerdote valenciano Antoni Llidó. Las visitas de Clara al Consulado español para que indagaran su paradero fueron "desesperantes". "Algunos de los funcionarios del consulado eran reproducciones de Franco", señala. Entre las entrevistas que tuvo con militares chilenos, una le produjo una conmoción especial: "Me recibió un señor, si puede llamársele así, en su despacho. Le pregunté ansiosa por qué retenían a mi hijo y dónde estaba. Por única respuesta me dijo: "No sólo no haría nada por su hijo, sino que si tuviera dos vidas me cobraría las dos". La solución llegó de donde menos esperaba. Helios había nacido en Francia por el exilio de sus padres, pero nadie había esgrimido esta circunstancia. Un día Clara lo mencionó por azar ante una funcionaria de Naciones Unidas, cuya expresión cambió al instante. Fueron corriendo a la Embajada francesa, que se dejó el pellejo para esclarecer el caso y lo logró. "Después de tres meses de torturas, lo embarcaron en un avión hacia Francia". "Si no hubiera nacido en Francia, mi hijo estaría muerto, porque algunos funcionarios españoles, de haber podido, todavía hubieran cogido a más", asegura con una expresión de gran dolor. Helios se salvó, pero Clara no puede dejar de llorar al recordar lo sucedido: "Lloro por todas las bellísimas personas que conocí y que murieron asesinadas. Recuerdo a muchas madres, como yo, buscando a sus hijos desaparecidos". Entre los que se dejaron la vida en Chile está Joan Alsina, un joven capellán de Castelló d"Empúries (Alt Empordà) que llegó a ese país el 31 de enero de 1968. Comprometido con las clases trabajadoras, ejerció de cura obrero en barrios marginales de Santiago y trabajó en los hospitales Claudio Vicuña y San Juan de Dios, donde fue el responsable de personal. "No se limitaba a dar la extremaunción a los enfermos, sino que se implicó a fondo en la mejora del sistema de salud", opina Tomàs Nadal, que viajó con él en 1968. El golpe de Estado situó a Alsina en el punto de mira de los activistas de ultraderecha. Los amigos lo presionaron para que acudiera a la Embajada para protegerse, pero lo rechazó. Todos sus compañeros recuerdan que insistía en que "no había hecho nada malo y por lo tanto no tenía que esconderse de nadie". Pese a ello, sabía que corría un peligro muy grave, y así lo atestigua la carta de despedida que escribió la noche antes de su muerte. El 19 de septiembre, con 31 años, fue detenido y ejecutado en el puente Bulnes, sobre el río Mapocho, en Santiago de Chile. Años más tarde, el autor de los disparos le explicó al capellán e historiador Miquel Jordà que Alsina le había pedido morir sin venas en los ojos, para mirarlo y perdonarlo. La noticia del asesinato llegó distorsionada a la España franquista y sembró la confusión en Castelló d"Empúries, un pueblo de apenas 2.000 habitantes. La Guardia Civil, con el aval de las máximas autoridades eclesiásticas de la archidiócesis de Santiago de Chile, difundió que Alsina había abandonado la Iglesia, se había convertido en guerrillero y había muerto en combate. Desde el año pasado -pero sólo desde el año pasado- hay un monumento en recuerdo de Alsina en la plaza de la catedral de Castelló d"Empúries, rebautizada como plaza de Joan Alsina. La confusión agregó aún más dolor a la familia de Alsina. Su hermana Maria, que entonces tenía 19 años, conserva un "recuerdo muy trágico" de aquellos hechos y admite que los ha vivido "muy negativamente" y que nunca los ha superado del todo. "He sufrido mucho y más de una vez he cogido su foto y le he pedido ayuda. Es como si yo hubiera vivido una guerra", asegura. Maria admite que se encerró mucho en sí misma, y se percibe que durante años ha estado reprimiendo sus sentimientos, que no obstante presionan por aflorar. En 1995 fue a Chile "para visitar el país y la gente que conoció a Joan" y pudo comprobar el cariño que había despertado su hermano entre los más humildes. Joaquim Lleal, de 62 años, es uno de los curas que vivieron con Alsina en Chile y no duda en calificarlo de "mártir". Lleal desarrolló su trabajo y reforzó su compromiso social en las zonas rurales de Aconcagua con el impulso de la reforma agraria que emprendió el Gobierno de Salvador Allende. "Los ricos nunca lo aceptaron y nos decían: "Cuando ganemos os vamos a matar", afirma Lleal, párroco de Bescanó (Gironès). Él fue detenido el 12 de septiembre, el día después del golpe. "Mandaron a detenerme a mi propio vecino, que gritaba con gran pomposidad delante de sus mandos, pero me susurraba palabras cariñosas cuando estábamos solos", recuerda. Entró en prisión y durante una semana sufrió todo tipo de humillaciones: "Me cortaron la mitad del pelo, la mitad de la barba, nos metían en piscinas secas...". A última hora, no obstante, evitó la muerte. Sus compañeros embarcaron en las barcas de la muerte, pero la mediación de emergencia de un obispo le salvó. Lleal recuerda que el jefe de la cárcel reaccionó airado ante la orden de liberación: "Me miró sin disimular su enfado y me dijo: "¡Con el informe que tiene y tengo que dejarle en libertad!", y cerró bruscamente el libro de registro". Lleal estuvo varios días escondido antes de poder regresar a España en avión y poco tiempo después volvió a América Latina para trabajar en Argentina. Tomàs Nadal, de 52 años y nacido en Torroella de Montgrí (Baix Empordà), también acompañó a Alsina en sus ilusiones chilenas. Llegaron en el mismo avión y realizaron su trabajo pastoral en parroquias muy cercanas. Clara Pujol, Maria Alsina, Joaquim Lleal y Tomàs Nadal piden ahora que se haga justicia, aunque son muy escépticos. La detención de Pinochet los ha cogido por sorpresa y sus sentimientos han aflorado descontroladamente.

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Las heridas abiertas de los catalanes en Chile

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