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Elecciones y placidez otoñal

En los días soleados y tibios del veranillo otoñal que disfrutamos, parece que el tiempo, como la naturaleza, se remanse. Es una sensación agradable (olor a setas en el bosque y el tacto fresco de su piel en la mano) que transciende la naturaleza y se prolonga en un estado social también grato y distendido: el alejamiento de la amenaza del terror ha dado el clima social amable y optimista de un nuevo tiempo para este país. Se percibe lo que ganaríamos de desaparecer definitivamente el cuchillo situado sobre nuestras cabezas. Y el domingo cumpliremos con el rito grato de las democracias de ir a votar, y es como si nos estrenáramos y conserváramos aún la candidez del primerizo. En ese clima sosegado, uno tiene la sensación de que el guirigay político que se ha creado de un tiempo para aquí, no tiene razón de ser en el cuerpo social, que su origen es otro. Así parece haberlo detectado el gabinete de campaña del PNV (dudo que lo haya hecho del mismo modo el del PSE). Tras tensar la situación al extremo con la firma de Lizarra y desbocar el debate en Salburua (por parte de Arzalluz), es decir, tras estar en el origen del esa crispación, se esfuerza ahora en subrayar la "normalidad" de las elecciones. Su candidato Ibarretxe insiste una y otra vez en que el 26 amanecerá como todos los días, que éstas son unas elecciones más en las que se juega la gestión de los próximos años y no el marco institucional, etc. Uno tiende a creer que las cosas son más o menos así, aunque percibe otro movimiento de fondo. En el sondeo de Demoscopia de este mes se observa que sólo un 22% de los encuestados cree que el Estatuto sea un camino aún válido para el futuro. Frente a ellos, hay un 57% que cree que se debería reformar (y de ellos, un 11% declara que esa vía está ya agotada). Da la sensación, según esto, de que existe un alto grado de descontento con el actual estado de cosas en materia de organización territorial. Estaría así justificado el debate en términos constituyentes. Sin embargo, esa sería una lectura equivocada de las señales que nos llegan a través de las encuestas (ese nuevo fetiche prospectivo). En realidad, según un sondeo del CIS del mes de mayo, sólo un 3,5% de los vascos considera que el de la autonomía sea uno de los dos problemas importantes que tiene Euskadi. En cambio, al 83,7% preocupa el paro, al 52,7% el terrorismo y al 19,2% la violencia. Como se ve, pocos hay hoy en el país seducidos por cambiar el estatus institucional. Uno tiende a creer que nos encontramos escépticamente satisfechos con el actual estado de cosas en ese terreno. Es más: el 52% de los encuestados por Demoscopia prefiere un gobierno de coalición entre nacionalistas y no nacionalistas; es decir, prefiere el entendimiento tranquilo que representa el Estatuto al desequilibrio que supondría dar la mayoría a una de las opciones en disputa. Entonces, ¿por qué esa controversia política en términos constituyentes y ese aparente desencanto ciudadano con el Estatuto? ¿Por qué tanta crispación aparente? Uno cree que la disputa ha sido artificialmente aireada por los políticos de un signo y torpemente recogida por los de otro. Preguntado Arnaldo Otegi en una reciente entrevista por los "tres principales retos de Euskadi", responde: "La división territorial, la falta de soberanía y el problema del paro". No muy acorde, como se ve, con lo que preocupa a la ciudadanía vasca. Sin embargo, Arzalluz y Egibar están por alentar esa ilusión. En ese contexto, se airea, se pregunta y repregunta por cuestiones que no nos inquietaban especialmente, y se las asocia -es la clave- con el fin del terrorismo. Y eso sí, eso nos interesa que acabe ya. El resultado es un cierto estado de opinión que podría legitimar en el futuro un cambio institucional. Que siga pues la fiesta de la placidez otoñal y el tonificante clima social creado; votemos pensando en la enseñanza o en la sanidad y participemos con la ilusión del primerizo. Pero sabiendo que el día 26 se hará también esa otra lectura de los resultados en clave constituyente.

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