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Éxodo

La merma de habitantes no es precisamente un orgullo para una ciudad. Cualquier retroceso en los índices de población revela la existencia de circunstancias adversas que restan atractivo a ese municipio para vivir. Teniendo en cuenta tal consideración, Madrid debe de ser un auténtico asco porque en sólo cinco años nuestra capital ha perdido más de 140.000 vecinos, el 5% de su población. Los padrones municipales en los que se sustenta esta información determinan que las causas de la rebaja residen fundamentalmente en dos factores: el envejecimiento de la población y el precio de la vivienda. Dicho así, con el frío lenguaje estadístico, lo del envejecimiento de la población, puede parecer como que en Madrid capital la gente se arruga antes y fallece prematuramente víctima de los muchos males que la aquejan. Aunque la nuestra sea una ciudad agresiva que proporciona a sus residentes motivos de lo más diverso para anticipar el momento del óbito, no es lo que los técnicos entienden por envejecimiento poblacional.

Lo que quieren expresar en realidad es que en Madrid van quedándose los viejos, que cada vez lo son más porque aumenta la longevidad, mientras los jóvenes se marchan a otras poblaciones que les proporcionan mayor calidad de vida y a un precio más razonable.

Un pisito de 90 metros en un barrio corriente de Madrid difícilmente baja de los 30 millones de pesetas, y no son muchas las parejas que pueden hacer frente a esa inversión en los primeros años de convivencia.

Por menos dinero es posible, en cambio, adquirir un chalet de los adosados en poblaciones emergentes del área metropolitana dotadas prácticamente de los mismos servicios que tiene la capital. Un fenómeno que en municipios como Las Rozas, Majadahonda o Pozuelo ha incrementado en un 26% su vecindario en el mencionado periodo. El adosado que allí les ofertan no sólo doblará en metros al piso de Madrid, sino que dispondrá probablemente de un pequeño terreno para hacer algún pinito en el noble arte de la jardinería, o encender la barbacoa y presumir con los amigos.

Es cierto que vivir con tales holguras les obligará a asumir los desplazamientos a la gran ciudad, pero la mejora experimentada en los últimos años en las carreteras y en las redes regionales de transporte público ha ido aminorando esa carga hasta el punto de acercar a la capital otros municipios considerados tradicionalmente como de segunda residencia.

Ahora las distancias se miden por tiempos, no por kilómetros, lo que potencia el incremento de población en pueblos de la llamada corona regional. Municipios situados a más de 40 o 50 kilómetros de Madrid cuyos accesos a la capital no suponen, sin embargo, una gran diferencia con respecto a los núcleos del área metropolitana. Las ventajas, en cambio, sí son notables. Por menos dinero de lo que cuesta el pisito de Madrid y menos también que el chalet adosado en un municipio próximo a la capital, pueden hacerse con una parcela de terreno y construir sobre ella una casa unifamiliar en un entorno natural bastante más agradecido. Esta alternativa, que en un principio propició el auge de localidades como Colmenar Viejo o Collado Villalba, ha ido extendiendo su influencia a los pueblos pequeños, especialmente de la sierra, ahora mejor dotados no sólo de comunicaciones, sino también de servicios asistenciales, educacionales y culturales. Pueblos que en cinco años han visto crecer su población en más de un 25%. Son evoluciones que explican el abandono de la capital sin que, paradójicamente, el precio de la vivienda en la gran ciudad se resienta en lo más mínimo.

Especialmente significativo resulta el fuerte incremento registrado en los locales comerciales y en los pisos que pueden ser utilizados como oficinas, cuyos precios han subido hasta un 6% empujados por la fuerte demanda.

El riesgo de esa tendencia al alza es que los barrios céntricos vayan vaciándose de vecinos en favor de los negocios y que sólo tengan vida en los horarios laborales. El éxodo puede terminar dando a algunas zonas de Madrid el aspecto de una ciudad muerta.

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