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Crecer o morir

J. J. PÉREZ BENLLOCH Suele pasar, aunque no menudea, que los altos factótums que gobiernan la Generalitat hagan declaraciones sensatas y hasta oportunas, aunque sean auténticos embolados oportunistas. Digamos que pertenecen al género de las políticamente correctas. Es el caso del consejero de Economía, José Luis Olivas, cuando afirma que no tiene ningún fundamento la hipotética fusión de las entidades CAM y Bancaixa. Por decirlo en Alicante y en este momento terminal de una legislatura que ya se mira en la siguiente es muy posible que no le crezca la nariz, como a Pinocho, pues se trata de una hipótesis antigua, alentada por los dos partidos mayoritarios -PP y PSPV- al tiempo que similar a las que se auspician en otras autonomías. Eso y, además, de indefectible cumplimiento. Máster como soy en ignorancia financiera o económica no está a mi alcance aducir las razones decisivas que abonan este proceso incesante de engorde que, como es sabido y a mayor abundamiento, han venido protagonizando por separado ambas cajas. Tanto una como otra han absorbido toda la competencia que se les ha puesto a tiro, llegando en su frenesí a enzarzarse en pugnas esperpénticas, como la adquisición del banco Sanpaolo, por el que se pagó un sobreprecio desorbitado. (Pregunto al paso: ¿rodó alguna cabeza por tan lúcida operación?). Quiero decir, en suma, que crecer o morir, o lo que no sube, baja, que aleccionaría Saavedra Fajardo, ha sido el lema observado -y una buena razón asimismo- para sobrevivir en un mercado harto arriesgado o vetado a los pequeñines. Cuál haya de ser la dimensión idónea y definitiva -que nunca lo será in aeternum- ya lo resolverán los expertos y se decantará de las circunstancias. Pero constituye una opinión mayoritaria y cualificada que tal futurible pasa por esa fusión que dotaría al País Valenciano de un poder financiero hegemónico en su marco, garante de la cuota de recursos y beneficios que le corresponde en este territorio, con superior eficiencia y, lo que no es baladí, sería el tercero en el ranking español de las cajas y el séptimo en la cucaña bancaria, lo que apunta a la capacidad para abordar políticas más ambiciosas. Es obvio que esta escalada no se puede efectuar con prisas y sin costes. En primer lugar, los sociales que, entre otros inconvenientes innegables, anotaba el ex conseller Martín Sevilla en estas páginas. Pero a este respecto, y sin atenuar el perfil humano del problema, es evidente que las sucesivas reestructuraciones de estas entidades de ahorro no han dejado un solo damnificado, pues se han planteado justamente con una plausible y envidiable generosidad. ¿Por qué habría de producirse ahora una excepción? Admitida la fatalidad de esta unión, manden tirios o troyanos y por más que en estos instantes eludan comprometerse, convendría que las clases dirigentes no acentuasen las dificultades aireando cantonalismos o recelos contra el cap i casal cuando bien podría pensarse que estas objeciones proceden del gusto por la poltrona en los consejos de administración, sin soslayar la irracionalidad y miopía histórica. ¿A qué responde, si no, que la entidad alicantina instalase un sistema informático incompatible con el de Bancaixa? Los muy listos y previsores olvidaron que España optó por un ancho de vía distinto al de Europa y aún estamos pagando las consecuencias.

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