A por el 56
Todo antes que una elección anticipada que nadie quiere. Éste podría ser el motto más reciente del peculiar universo político italiano. El ex comunista Massimo D'Alema -jefe del mayor partido parlamentario, Demócratas de Izquierda, y rama principal del marchito Olivo- se presentó anoche en el Quirinal para comunicar al presidente Scalfaro que dispone de la mayoría suficiente para formar el Gobierno número 56 de la Italia de posguerra. Una nueva coalición de centro-izquierda con parecidos mimbres a los que se le fueron de las manos al ex primer ministro Prodi, humillado la semana pasada en su intento para sucederse. Por vez primera en cincuenta años, los herederos de Gramsci, Togliatti y Berlinger romperán el tabú y cruzarán de nuevo la puerta del palacio Chigi, sede de la jefatura del Gobierno italiano. Tras casi dos años y medio al timón, que suscitaron grandes esperanzas, Romano Prodi tiró la toalla definitivamente el 15 de octubre, después de intentar repetir al frente del Ejecutivo y a pesar de haber anunciado que ni muerto volvería a tentar la suerte. Prodi había recibido el tiro de gracia de sus aliados parlamentarios de Refundación Comunista, el partido -ortodoxo, pese a su nombre- del maximalista Fausto Bertinotti, que se negó finalmente a apoyar sus Presupuestos para 1999 por considerarlos poco sociales. El socialdemócrata D'Alema, 49 años, artífice del éxito de la izquierda en las elecciones de 1996, cuenta ahora con el apoyo de extraños compañeros de cama: por la izquierda, los comunistas moderados de Armando Cossutta; por la derecha, el del ex presidente de la República Francesco Cossiga, jefe de 31 democristianos conversos que, con un 1% del voto popular, son los verdaderos árbitros de la situación. Unos y otros le sostendrán en la cuestión de confianza y exigirán a cambio las correspondientes carteras ministeriales.
Con lo mucho que tiene de simbólico, el nonato Gobierno italiano está presumiblemente condenado a una corta vida. No sólo porque surge in extremis y con el casi el exclusivo fin de aprobar antes de final de año unos Presupuestos -en la línea de Prodi- vitales para un país que forma parte del club del euro. Sino porque, salvo el caso del díscolo Cossiga, está formado con los ingredientes que integraban el anterior, agitados en orden distinto. En las circunstancias en las que nace el Gobierno de D'Alema, los socios europeos de Italia no pueden esperar con realismo un Ejecutivo capaz de impulsar con autoridad las reformas que el país necesita ante el gran reto económico continental que comienza el próximo enero.
El problema de Italia no es ya el de las aritméticas necesarias para sacar adelante en una reunión palaciega la fórmula mágica de uno u otro Gabinete. Lo que la hace políticamente anormal -como ilustra la caída de Romano Prodi- es, entre otros usos, la pervivencia de un sistema que convierte al primer ministro de turno en rehén potencial de partidos minúsculos con una representación desproporcionada. Pese a su compleja cultura política y tradiciones, Italia pide a gritos una nueva Constitución y un nuevo sistema electoral.
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