Lo que no me gusta
No me gusta la campaña electoral de Euskadi, ni por el tono ni por los contenidos. Pasan los días y no hay ni un instante amable. Por momentos parece que la violencia de las armas ha sido reemplazada por la violencia de las palabras. Cierto que entre una y otra hay una distancia fundamental porque las palabras no matan y las armas sí, pero las palabras violentas no refuerzan la democracia sino que la deterioran porque la democracia se basa en la confrontación entre adversarios que comparten unas mismas reglas de juego y la violencia de las palabras conduce a una confrontación perversa entre enemigos. Tampoco me gustan las declaraciones solemnes, sean de Barcelona, de Estella o de Mérida. Las grandes declaraciones delimitan líneas divisorias pero lo hacen con trazos muy gruesos, con perfiles muy romos, con voces demasiado estentóreas y con escasos matices. Y lo que hoy se necesita en Euskadi es, precisamente, lo contrario: líneas divisorias con muchas curvas, con trazos muy finos, con perfiles suaves, con voces apagadas y con miles de matices.
Ya sé que esto puede parecer una ingenuidad en un ambiente tan difícil y complejo pero quizá ha llegado el momento de la ingenuidad para quitarse de encima el peso de tantas tensiones acumuladas. No sé si es ingenuidad, por ejemplo, afirmar que vale más vivir bien que vivir mal, que vale más dialogar que escupir, que vale más pensar que gruñir, que vale más tener amigos que rodearse de enemigos, que vale más la vida que la muerte. Y tampoco sé si es ingenuidad gritar a todos los vientos aquella frase descomunal de Bertold Brecht: "Desgraciados los pueblos que necesitan héroes". Pero esto es lo que hay que decir.
Lo peor que nos puede pasar es que las elecciones vascas se conviertan en una confrontación entre dos nacionalismos, el vasco y el español. Y no me refiero tanto a las disquisiciones teóricas, que existen y se hacen públicas, sino a entrar en el juego perverso de esta dicotomía. Esto es, a mi entender, lo que hacen las declaraciones mencionadas, la de Barcelona, la de Estella y la de Mérida, sean cuales sean sus intenciones...
En lo que al Partido Socialista se refiere, uno puede compartir el estado de ánimo de los compañeros que se sienten agredidos por las frases tonitruantes de un Xavier Arzalluz lanzado a tumba abierta o las disquisiciones de un Jordi Pujol que otorga patentes de nación a tanto la hora, pero acto seguido hay que contar hasta cien o hasta mil si hace falta y no ponerse en seguida el uniforme de combate y ofrecer coraza y lanza a un gobiento del PP que está encantado por los servicios que se le ofrecen sin nada a cambio.
No sé si esto es también ingenuidad pero en tamañas circunstancias hay que ser ingenuos de una casta especial, la de los ingenuos con mala uva. Si unos y otros buscan la confrontación entre dos nacionalismos hay que dejarles solos, si intentan convertir al PSOE en el jamón del bocadillo hay que desbaratar el banquete, si intentan arrastrarlo a un papel de segundón hay que definir nuevos papeles, más vivos y sugestivos, si quieren encerrarle en un espacio incómodo hay que dar un portazo y buscar un espacio propio. Esto significa denunciar hipocresías, dialogar con todos los que se pueda sin intermediarios, tender puentes, por rudimetarios que sean, y enviar mensajes claros a una ciudadanía que en su gran mayoría no está con los extremistas de un lado y de otro y que lo que quiere es que se hable de ella, no que se le anuncien cruzadas de alto vuelo.
Es cierto que en el comunicado de ETA que acompañaba el anuncio de la tregua se hablaba de un Estado independiente como objetivo irrenunciable, pero lo raro sería que no lo dijese en el momento en que cambia de estrategia, auque sea temporalmente. Lo más seguro es que ni sus máximos dirigentes crean de verdad en este objetivo y más seguro todavía es que no creen en él los dirigentes del PNV y de EA. Los de Izquierda Unida ya no lo sé. Por consiguiente, no es necesario alzar la voz para decir que estamos dispuestos a una pelea total que seguramente no tendrá lugar. En todo caso, lo que nos interesa es precisamente esto, que la pelea no se produzca.
Cuando en mi etapa de ministro de Cultura tomé la decisión de trasladar el Guernica de Picasso al Museo Reina Sofía, un diputado del PNV presentó enseguida una pregunta parlamentaria protestando por la decisión y exigiendo, de manera perentoria, que el Guernica fuese trasladado a la ciudad de Guernica con carácter definitivo. Ya en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, unos minutos antes de hacerme la pregunta, el diputado se me acercó y me dijo: "Oye ministro, no se te ocurra decirme que sí. ¡Vaya lío que tendríamos con el cuadro en Guernica!". Y ante mi perplejidad me justificó la pregunta con un "ya sabes cómo están las cosas allí". Pero cuando tomó la palabra me puso de vuelta y media y terminó con un grito en euskera. Para no complicar más cosas yo le contesté con una faena de aliño y allí paz y después gloria. Pero una vez pasado el cabreo pensé que con aquel talante todo se relativizaba y que, por consiguiente, sería posible explorar muchas rutas el día que ETA dejase de matar, más allá de los exabruptos verbales y de las descalificaciones de brocha gorda.
No sé si me explico, pero entiendo que para defender la Constitución de verdad más vale convencer que vencer, más vale integrar las diversidades que ingnorarlas, más valen veinte diálogos, aunque sean tortuosos y sutiles, que veinte declaraciones de piedra picada. Pero para ello hay que demostrar la propia fortaleza y no dar jamás la impresión de que vamos a remolque de otros.
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