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Arrepentidos

SEGUNDO BRU Hace unos días, el director general de Recursos Humanos de la Generalitat, Pompeyo Esparza, dirigía una carta al responsable del hospital de Alzira rogándole que colocara a una determinada auxiliar administrativa, que contaba, además, con el doble aval de la directora de Servicios Sociales -la que fagocitó a su conseller, el inolvidable Sanmartín- y la directora de Universidades e Investigación, la que tiene en vilo a los cinco rectores, y por ende a todo el mundo académico, con el asunto de la financiación. Salía presto al quite un directivo de la compañía privada que gestionará dicho hospital y, como responsable de la contratación de los 700 profesionales que allí deben trabajar, manifestaba rotundo que no había recibido la carta de marras -que todos hemos tenido ocasión de ver publicada, con papel oficial y debidamente rubricada- al tiempo que aseveraba que tenía "la prescripción del presidente de la Generalitat Valenciana y del conseller de Sanidad para que no tenga ni una sola consideración hacia nadie". Loable recomendación que, por lo demás, debería ser ociosa. Porque de inmediato surge la pregunta inevitable, ya formulada por Jesús Civera, ¿qué demonios hace todo un presidente de la Generalitat ocupándose personalmente de esas minucias administrativas que, reitero, deberían darse por más supuestas que el valor de los soldados?, ¿no tiene suficiente trabajo, no tiene un buen equipo de colaboradores o, lo que sería peor, no se fía de ellos? A este paso lo podemos ver como al califa Harun al Raschid, debidamente disfrazado, comprobando en persona el peso en los mercados o el funcionamiento de los taxímetros o surtidores de gasolina. Pero lo más emotivo de esta edificante historia es que Zaplana y Farnós eluden la medida normal en una administración democrática al servicio de los ciudadanos, que no puede ser otra que la del cese fulminante del corruptor en grado de tentativa (intentar que alguien ocupe un puesto en detrimento de quien pueda tener mayor mérito y capacidad no merece otro nombre), alegando, en el caso del conseller, que el interfecto le había mostrado su arrepentimiento, por lo cual lo perdonaba y en el caso de Zaplana, nuevamente pisando todos los charcos, que hay que ser comprensivos con los errores y debilidades humanas. Hombre, a uno le inculcaron en el colegio la sana doctrina católica de que un acto de contrición borra una vida de pecado y eso en caso de extrema necesidad, que si no hay que pasar también por la atrición y la debida penitencia, pero no creo que en esta España laica la teología católica tenga vigencia en el ámbito de las responsabilidades políticas, administrativas o penales. Ni imagino a Zaplana, como licenciado en derecho que es, aunque no me consta su actividad en el foro, alegando ante un juez que fuera comprensivo con el error y la debilidad humana que llevaron a su defendido a atracar un supermercado porque todos cometemos errores y no hay que sacar las cosas de quicio. La comprensión, la caridad, el amor fraterno que Zaplana y Farnós utilizan con su subordinado la pueden aplicar meritoriamente en otros aspectos de sus vidas, pero resulta insultante para el sufrido contribuyente que la ejerzan con un estulto desvergonzado, sorprendido con las manos en la carta.

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