Acoso sin derribo
Francisco Rivera Ordóñez vivió en pleno campo su último sábado como soltero en esta cuenta atrás que media España está haciendo con los novios como si la catedral de Sevilla fuera Cabo Cañaveral. Del hierro de Cañaveral es la yegua Bolera en la que como último caballero medieval se montó el torero ataviado de garrochista. El bisnieto de Cayetano Ordóñez e inminente yerno de Cayetana de Alba -hay nombres que marcan toda una vida- no faltó a su cita con los organizadores del primer campeonato de Acoso y Derribo disputado en el corredero de El Rocío, en arenas del antiguo camino de Moguer. Los beneficios se destinarán a la Asociación de padres de niños con cáncer (Andex) y quizá sirvan para financiar la primera piedra de la futura planta de Oncología Pediátrica en la Ciudad Sanitaria. Existía expectación periodística, pero Rivera Ordóñez no se movía a gusto en este acoso sin derribo. "Queda todo el día. ¿Tenéis prisa vosotros? ¡Qué barbaridad! Menos mal que no soy tímido". El diestro se ajustaba el traje, simultaneaba la indiferencia hacia los reporteros con la cordialidad hacia los rostros que le resultaban familiares: "Benito, buenos días". "Sergio, ¿qué haces?". Todos aquellos privilegiados que tienen bula y patente para llamarle Fran, Donato o Mauro Silva. Rivera Ordóñez participaba en la serie de los garrochistas con su amigo Juan Antonio Alonso Ortega como amparador -el que le facilita el asedio a la vaca en esta justa pictórica y desigual-, y estaba también en el comité organizador. "Apoyó esta iniciativa desde el primer día", decía un miembro de Andex. Por megafonía iban citando a los concursantes. Apellidos linajudos que seguramente estarán en la boda del viernes: Miura, Bohórquez, Murube, Candau, Pérez de Ayala. "Hazte una foto conmigo, que estás muy guapo", le decía una admiradora al jinete. "A tu boda voy a ir". "Y yo", bromeaba el interfecto, que arreaba a Bolera y se perdía con la compaña tras una cortina de polvo y paisaje. Cada collera -pareja de garrochista y amparador- corría dos vacas bravas; cada titular de la garrocha tenía opción a dos echadas. Toreros en el rejoneo. Un injerto de centauro con la garrocha presta para alancear a la red, como si a Sergei Bubka lo ubicaran con pértiga en la estatua ecuestre del Cid Campeador. Todos los garrochistas formaban ante el gran jurado. Sonaban la flauta y el tamboril rocieros, ese himno de un hipotético estado marismeño. Un padre recriminaba el comportamiento de su hijo. El abuelo le recomendaba sosiego intercediendo por su nieto con palabras de la tierra: "Quítale la jáquima y déjalo que respingue". Se cayó del cartel José María Manzanares, sustituido por Javier Conde, que acudió sin novia -Marta Sánchez- y con hermano. En su último sábado como soltera, apareció por el corredero Eugenia Martínez de Irujo. Los reporteros se olvidaron por un rato de su novio. Apareció con un atuendo informal, en vaqueros, con una mochila escolar y un paquete de Chester cogido a modo de misal. "Me parece muy bonito", dijo de la causa benéfica. "Es tremendo, un lío horroroso", dijo de la boda, de la que sabe muchas cosas "por vosotros". "Lo llevo muy mal", dijo de la presión que está soportando por un compromiso matrimonial del que se ha hablado hasta en el Parlamento. Lamenta el cambio de escenario para la boda. "Me ha dado mucha pena por Fran, que es muy trianero, pero era imposible. Se quedaba mucha gente fuera".
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