Bañolas
Son tragedias que suelen ocurrir en Filipinas, en Borneo, en el Caribe. También cerca de nuestras costas, cuando las pateras marroquíes zozobran a escasos metros de la playa. Pero esta embarcación se llamaba La Oca, surcaba aguas civilizadas y se anunciaba "ecológica". Los náufragos no eran orientales ni magrebíes, podíamos reconocer en ellos al boticario, al funcionario, a la enfermera de nuestras ciudades; la expresión de sus rostros era familiar y comprensible.No se les permitió la soledad ni la intimidad que todos precisamos cuando llega el momento más verdadero de nuestra existencia. Estuvieron siempre rodeados, cercados, asediados. Vi cómo una reportera se cernía sobre un muerto y levantaba la manta que lo cubría para robarle el rostro. Una anciana se desolaba agitando la documentación de su marido ante la cámara y preguntando por él. La cámara, muda, impasible, registraba el dolor. Otra mujer, envuelta en mantas, masculló "n"avez vous pas honte?" (¿no les da vergüenza?). La cámara lo recogió con objetividad absoluta.
No hay nadie detrás de las cámaras, no tienen intelecto ni piedad, callan y graban. Los políticos, en cambio, parloteaban mientras a su espalda pasaba el desfile de ancianos aterrados. Por fortuna, un niño contó con fina naturalidad que se había echado al agua para rescatar ahogados. "Se les veía la cara apretada contra los cristales". Era la única verdad.
Habrá una causa del naufragio, pero no precisamos expertos para conocer al culpable. El culpable es una pasión criminal que durante miles de años fue combatida con ahínco, pero hoy aparece en boca del poder como máxima virtud. Es una plaga, una peste, una sanguijuela disfrazada de "creadora de riqueza", y se llama Codicia.
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