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Los presos como vecinos

Los ciudadanos que residen junto a la cárcel Modelo, al lado mismo de la Trinitat o de la cárcel de mujeres de Wad-Ras (Poblenou) se toman con escepticismo el debate abierto hace algunos meses por los políticos sobre el traslado de las prisiones fuera de la ciudad. Tener de vecinos al otro lado de la calle a centenares de reclusos que sueñan con saltar el muro no es para enorgullecerse, pero quienes viven próximos a las prisiones de Barcelona afirman que están acostumbrados a tenerlas al lado. Hay quienes aseguran que hace años que dejaron de ver la cárcel. Aunque pasan todos los días por delante y desayunan frente a sus torretas de vigilancia, no la ven, y eso les hace la vida más fácil. Por lo demás, explican que vivir junto al presidio no plantea mayores problemas que residir al lado de cualquier otro equipamiento. Las molestias que les ocasionaban los reclusos disminuyeron cuando levantaron varios metros las vallas que rodean los recintos penitenciarios. Los vecinos recuerdan vivamente los insultos que les lanzaban los internos cada vez que salían al balcón, tal vez porque les recordaba demasiado que a ellos les estaba prohibido asomarse al mundo exterior. "Yo llevo 30 años viviendo aquí, en la calle de Rosselló, delante mismo de la Modelo, y recuerdo que cuando alquilamos el piso ya nos dijo el casero que la iban a tirar", explica una vecina. Ése sigue siendo el eterno argumento de los propietarios de fincas para reducir el impacto que sobre los inquilino suele tener, en un primer momento, la presencia próxima de las prisiones. La personas consultadas expresan parecidas opiniones y todas se refieren a "lo normal" que les resulta ya vivir justo al lado de las tres alambradas que coronan los muros y oír las voces que a través de la megafonía imponen la rutina carcelaria, aunque reconocen que tener el domicilio familiar junto al presidio no es como para saltar de alegría. Los vecinos más veteranos no quieren hacerse ilusiones cuando oyen hablar del traslado de las cárceles fuera de la ciudad. Casi todos han oído hablar alguna vez del "inminente traslado" y saben que luego todo continuó igual. Ahora se muestran incrédulos, aunque las noticias de que se están buscando nuevos emplazamientos alientan un resquicio de veracidad. Los residentes más próximos a la vetusta Modelo y a la cárcel de mujeres de la calle del Bogatell albergan ahora un nuevo temor: que el el traslado, si se realiza, abra el camino a una brutal especulación en los solares que ocupan. En cualquier caso, las reflexiones que les provoca la presencia de las prisiones no es muy optimista: "Mire, de noche, cuando la vista topa con la Modelo, es como contemplar un cementerio de muertos vivientes", comenta la vecina de la calle de Rosselló, refiriéndose a la que en su día fue considerada una prisión modélica y ahora está lejos de poder hacer honor a su nombre. Recuerdos y anécdotas Cada familia guarda en la memoria su particular anecdotario de reclusos famosos o de fugas sonadas. "Ahí estuvo la dulce Neus", explica una vecina de Poblenou que conoce con detalle algunos de los crímenes más sonados. Otras, como Ana Martínez, recuerdan como si fuera ayer el motín que protagonizó El Vaquilla en la Modelo y cuando su madre, desde la calle, le gritaba: "¿Por qué lo has hecho, hijo?", y éste se apeaba de su papel de delincuente indomable para contestarle con toda la dulzura de que era capaz. Otra de las vecinas de la calle de Rosselló afirma que no olvidará nunca una fuga de presos por la alcantarilla justo a la hora que su hija salía de la academia. Pero ningún caso armó tanto revuelo como el paso por la Modelo del financiero Javier de la Rosa. Nunca hasta entonces periodistas y fotógrafos habían montado tantas guardias con sus teleobjetivos en ristre. Los vecinos coinciden en que la llegada de los Mossos d"Esquadra para relevar a la Guardia Civil en la vigilancia empezó a hacer más llevadera la convivencia en la zona. De todas formas, el espectáculo no procede siempre del interior de la cárcel. Antes de que levantaran las vallas, por ejemplo, una mujer de mediana edad se asomaba desnuda cada tarde a su balcón de la calle de Rosselló. Al otro lado del muro carcelario aguardaba un público fiel que no se perdía ni un día el espectáculo.

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