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Vascos E. CERDÁN TATO

La tregua anunciada por ETA y los sistemas de regadío pertenecen a una misma especie de cosas: ambas modelan el paisaje y mejoran las cosechas de hortalizas. La tregua anunciada por ETA, que llegó precedida por el estruendo de una riada, se ha transformado en una lluvia persistente que cala el secano político y empapa nuevos documentos. Los meteorólogos del Estado se han columpiado y se han apresurado a analizar la atmósfera constitucional: también tiene el ozono hecho virutas. Los terroristas han sorprendido al gobierno y a la oposición mayoritaria en la intimidad de sus alcobas y ahora todo son carreras para ocultar sus impudicias. España es una extensión de declaraciones que limita al norte con Lizarra; al sur, con Mérida; al este, con Jordi Pujol; y al oeste, con Fraga Iribarne. El pacto de Ajuria Enea es ya sustancia de cachirulo. España se ha puesto su mantón verbenero y se ha ido de feria a ver qué venden los dirigentes del tinglado. Gerry Adams vino, vio y se largó a contárselo a Clinton. Que nos visite Clinton con sus clérigos y su aureola post fellatio tan sólo añadiría una aparición mariana más al catálogo de imposturas; pero si le toma la delantera Mónica Lewinsky y se nos planta aquí con todo su vestuario, a más de uno no le van a llegar ni la camisa ni los pantalones al cuerpo. Apenas iniciarse la campaña electoral en Euskadi, nuestros sabios estadistas, después de las pertinentes mediciones topográficas del País Vasco, han ordenado que se edite una Constitución enorme, con cubiertas de hormigón, donde quepan con holgura Guipúzcoa, Vizcaya y Alava, con sus casas, sus montes y sus gentes. Una prueba aplastante de la sutileza de nuestro Gobierno: sólo era cuestión de situar a la misma escala carta magna y geografía. De la provincia de Alicante llegan noticias acerca de las medidas arbitradas por el presidente de la Diputación, señor de España y algo de Alemania que tiene enjundia y buen crédito de chiste. Según parece ha mandado a sus mesnaderos a la busca y alabanza de los aproximadamente diez mil residentes vascos, para que los obsequien con productos típicos y les piden el voto. Los socialistas también andan ofreciéndoles canastas de rosas por el sufragio. Nunca tales apacibles ciudadanos han sido objeto de tan trasparentes e incómodos deseos.

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