Nuestro hombre en Sao Paulo
DÍAS EXTRAÑOSRAMÓN DE ESPAÑA Mientras Pujol dice que esto de España, por formidable que sea, no acaba de ser una nación, la nación que no existe ha enviado a la bienal de Sao Paulo como su representante a mi viejo amigo Antoni Socias. Yo no sé si Toni representa a ese ente entrañable y formidable o si sólo se representa a sí mismo, pero la verdad es que uno, como catalán, español o terrícola, se siente perfectamente representado por ese hombre que un buen día se rebautizó como Antoni-o. Fue su manera de unir sus orígenes (mallorquín por parte de padre, el señor Socias, y murciano por parte de madre, la señora Albaladejo) y, sobre todo, de crearse un personaje que le definiera a la perfección. Hay algo de alegre y de perplejo a un tiempo en llamarse Antoni-o. Y mi amigo, aunque a veces se muestre alegre, más frecuentemente se muestra perplejo ante el mundo en general y el mundo del arte en particular. Esa perplejidad le ha llevado a cambiar de estilo y de técnica cada seis meses, sumiendo a críticos y compradores en otro tipo de perplejidad que lo ha tenido un montón de años viviendo en un extraño territorio, todo lo propio y fascinante que se quiera, pero de escasa utilidad a la hora de ganarse la vida. Gracias a los buenos oficios de nuestro común amigo Santiago Olmo (un madrileño apacible), Socias se ha convertido en embajador artístico de esa nación que no acaba de ser una nación y, sobre todo, puede ejercer de artista, que es lo que es, y no de ideólogo de una empresa de zapatos, que es lo que lleva haciendo, con perpleja eficacia, durante los últimos años. En esto del arte, hay gente que llega y besa al santo (san Bruno Bishofsberger en el caso de Miquel Barceló) y gente a la que el santo no se les aparece ni a tiros (lo más parecido que ha encontrado Toni ha sido el comisario Olmo). Entre los miembros de esta segunda subraza, están los que dan esquinazo al santo (por ejemplo, el gran Angel Jov) y los que, como el señor Socias, no consiguen toparse con ninguno. Lo único que les queda a los Socias de este mundo es seguir fabricando su obra contra viento y marea en espera del santo advenimiento. Y éste, a veces, se produce. A Socias, por fin, se le ha aparecido san Pablo. Para celebrar tan magno acontecimiento, el Ministerio de Asuntos Exteriores de ese país inexistente ha editado un precioso catálogo (con prologuillo bienintencionado, aunque algo difuso, de Abel Matutes) que recoge con bastante solvencia la evolución creativa del señor Socias. Desde sus primeros lienzos a sus últimos delirios, gracias a este catálogo uno puede hacerse una idea bastante clara de los derroteros seguidos por el cerebro del artista, que han sido muchos y opuestos. Socias ha pintado cuadros, ha decorado una cala mallorquina, ha hecho miles de fotos (su viaje por Norteamérica con Luis Pérez Mínguez haría las delicias de David Lynch), ha retratado desde todos los ángulos posibles a su mujer, a sus hijos, a sus amigos y a sí mismo, ha reciclado su obra anterior fabricando nuevos cuadros a base de pegar pequeños fragmentos de los viejos, ha entrado en la literatura como apoyo de la imagen (o lo contrario)...Todo ello obedeciendo a su perpleja intuición, intentando abarcar, porque no le quedaba más remedio, todos los extremos posibles de lo que hoy día entendemos por arte. Toni Socias no ha estado nunca de moda. Si tomaba un camino que podía convertirle en un personaje reconocible por los críticos y los compradores de arte, le ha faltado tiempo para salirse corriendo de ese camino y meterse por otro que sembrara convenientemente el desconcierto entre quienes podían ayudarle a ganarse la vida. Así acabó en la empresa zapatera, de la que podrá tomarse unas vacaciones gracias a Santiago (Olmo) y a san Pablo (de Brasil). A Toni Socias le quedan aún muchas cosas que decir. Estaría bien que, a partir de ahora, la gente estuviese dispuesta a escucharle.
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