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Tribuna
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Comenzar por el abecé

¿Responde a una estrategia consciente y bien pensada la espiral de pronunciamientos arrebatados a que nos ha acostumbrado la clase política en las últimas semanas? Da la sensación de que se ha convertido en toda una moda -esperemos que poco duradera- enrollarse en una bandera, la que sea, y acudir a una barricada para defenderse contra el frente adversario (que, como es lógico, contempla esta acción defensiva como un ataque y actúa en consecuencia). Sin duda una parte de la respuesta a aquella pregunta es positiva: se dramatiza para negociar de forma más confortable luego. Pero la presunción de lógica racional en los agentes políticos suele carecer de fundamento firme como se comprueba día a día en España.Conviene, pues, que el análisis tienda a reducir la crispación e introducir un uso no sentimental y equívoco de los términos y las ideas. Hablando de la cuestión nacional en 1920, el historiador Elie Halevy aseguraba que "las ideas simples son ideas revolucionarias e ideas guerreras porque sólo pueden plantearse mediante la exclusión y la destrucción de otras ideas". La crispación es producto de ese género de simplificación y, para evitarla, se pueden ofrecer, a título de abecé introductorio, cuatro apostillas clarificadoras. 1. La nación no es sólo una realidad congelada que reaparece con sangre tras la glaciación comunista. De manera simultánea y nada similar, es también una realidad muy de los últimos tiempos, un ámbito de participación cívica y un proyecto de futuro, compatible y capaz de coordinarse con una civilización individualista hasta el extremo, la globalización económica y el cosmopolitismo cultural. Puede haber nacionalistas que sean unos bárbaros -de hecho, los hay- pero lo segundo no deriva de lo primero. El sentimiento nacional ajeno, aún desde la distancia y el nulo deseo de compartirlo, merece, pues, respeto.

2. España es asimétrica y en eso consiste nuestro rasgo diferencial como colectividad. De esa realidad se pueden ofrecer definiciones distintas (plurinacionalidad, "nación de naciones"...). Todas son imperfectas y problemáticas porque no incluyen todo el conjunto de la realidad, introducen factores polémicos y parten de componentes derivados de la experiencia personal. Lo lógico es aceptar este carácter asimétrico y encontrar una fórmula de convivencia apropiada. Si la diferencia no puede significar privilegio, en cambio no tiene sentido declararla inexistente, atribuirla a maldad intrínseca de quien la propone o iniciar una espiral de reclamación igualatoria sin fundamento.

3. La autodeterminación puede ser considerada como un proceso continuo de autogobierno (y en ese caso existe desde 1977) o como un factor simbólico que permite -con reforma constitucional o sin ella- ampliar el área constitucional. No debiera concitar, por tanto, declaraciones tan arrebatadas en su contra. De aplicarse en un acto político, quien lo haga debe saber que exige, en la práctica, una mayoría amplia y no parece fórmula viable y sin traumas en sociedades muy fragmentadas y plurales. Euskal Herria parece, desde luego, algo de mucho más peso que tan sólo la Guipúzcoa interior y parte de Vizcaya.

4. El consenso, su ampliación y su profundización, debe ser el resultado final de un proceso como el que se ha iniciado. Está muy claro cual debe ser su contenido: el respeto de los principios democráticos. No se entiende, por tanto, por qué el debate se desenvuelve en interrogantes sobre la reforma de la Constitución, el paralelo con Sarajevo, la condición nacional de España o la posible autodeterminación de Murcia. Pero el consenso también tiene una liturgia y un ritmo. Sabemos, por la elaboración de la Constitución, que exigió, entonces, tiempo y avanzó en rodeos concéntricos hasta llegar al final. Hubo una única ocasión en que pareció romperse pero aquello no fue más que una tardía representación teatral, cuando estaba avanzado el proceso, para obtener ventajas propias. Ahora parece que nos hayamos lanzado a un temprano y confuso happening, con peligro para el resultado final.

Existe un verbo que merecería la pena conjugar a estas alturas, como han hecho Maragall y Duran i Lleida. Lo que la situación exige es explorar soluciones y no tanta bandera y tanta barricada.

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