Honorables
DE PASADAJohnny es un mendigo que fuma por las orejas; al menos por una oreja. La oreja cargada de humo y nicotina de Jhonny es la derecha. Por qué una persona llega a fumar por una oreja es una cuestión que aún no se ha investigado y que el propio fumador tampoco ha querido revelar. Jhonny es un pobre, pendenciero y bronco, al que han expulsado de las casas de beneficencia de Granada, pero siempre regresa. Ahora figura con mucha dignidad en una exposición de fotografías titulada Los honorables, de Juan Ferreras, con su pitillo humeante de arriero, caído y a medio consumir, en el pabellón diestro. En Granada los iluminados, los pobres, los mutilados y los visionarios constituyen una legión más fiel que la Alhambra. Una vez que escogen una esquina libre ya no se marchan nunca. Unos meditan, otros enseñan el muñón, los más sabios tañen la guitarra o piden limosna. Tal perseverancia los convierte en elementos urbanos de la misma calidad que una fuente o una vivienda abandonada. Envejecen al mismo tiempo que las fuentes y se desploman igual que las casas en ruinas. Si un día uno de ellos deja de tocar su flauta dulce los paseantes percibimos un pequeño cataclismo y es que han muerto o ha sido despachado de una navajazo en la alta madrugada. Juan Ferreras ha retratado a 32, pero no están todos. Está Sandalias, un tipo que fue cocinero antes que pobre y por eso pide con un cucharón y lleva colgada, como si fueran alhajas de una tribu bárbara, una completa batería de cocina. No está en cambio El Peseticas, aunque nos consta que fue retratado. El Peseticas sale en las canciones de Carlos Cano en actitud un poco granuja y aprovechada, con una mano pidiendo y la contra otra pellizcando como quien no quiere un trasero anónimo. Tampoco viene, por problemas en la contratación, como ocurre con los divos, Rafael Martínez Grimán, que antes de acudir de mendigar lee en la Biblioteca Pública el diario Expansión y calcula qué debe recaudar para no acumular déficit. Son todos ellos parte de un enjambre tranquilo, sosegado y sentimental. Muchos niños se han hecho hombres escuchando a Fabrichi tocar el acordeón, al mismo tiempo que se le iban aovando los ojos hasta la ceguera. Fabrichi agoniza desde hace un mes en el hospital, pero gracias a Ferreras saluda desde el cartel de la exposición como si fuera el mascarón de la nave de los locos. ALEJANDRO V. GARCÍA
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