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Proyectos, no efectos

IMANOL ZUBERO Aún es pronto para comprobarlo, pero la progresiva desaparición de la violencia va a producir un fenómeno de desencantamiento político. La tregua ha actuado como desveladora de la escasa consistencia de los proyectos políticos en el País Vasco, característica de todas las sociedades de democracia parlamentaria. La persistencia de una violencia ejercida desde argumentaciones políticas ha generado una imagen de agitación política permanente, de proceso siempre abierto, de escenario sometido a inesperados vaivenes. Vista desde fuera, la sociedad vasca se mostraba como una sociedad extraordinariamente ideologizada, espléndidamente movilizada, sorprendentemente animada, contrastando con la imagen aburrida del conjunto de sociedades democráticas de su entorno. Ahora vemos que no era para tanto. Y a falta de propuestas renovadoras (los mismos candidatos, la misma ambigüedad en los programas) se plantea una política de efectos que mantenga artificialmente la tensión política: hay quienes confían en que el efecto tregua anule el efecto Ermua, como hay quienes esperan que el efecto Borrell compense el efecto Lizarra. Pero ninguna política de efectos puede cubrir la ausencia de una política de programas. Por ejemplo, resulta del todo imposible adivinar cuál podrá ser la composición del próximo Gobierno vasco. Con la disculpa cómoda de que "las urnas serán las que decidan el Gobierno", los dirigentes políticos se pueden permitir el lujo de poner pingando hoy a aquellos con quienes se repartirán sonrisas y consejerías mañana. Pero no es verdad que sean los ciudadanos con sus votos los que configuran los gobiernos. Un gobierno no es sólo ni fundamentalmente una suma de votos, sino una suma de voluntades y proyectos. La constitución de un gobierno es una cuestión de aritmética electoral sólo para unos partidos políticos que: a) hagan de participar en el gobierno su objetivo fundamental, al margen de las discrepancias ideológicas o programáticas, o b) carezcan de discrepancias fundamentales. Pero si es así, ¿a qué viene tanta alharaca preelectoral? "Donde no hay buenas opciones no es posible ser en verdad libre, aunque sea posible elegir", escribe la catedrática de Ética Adela Cortina. El próximo 25 de octubre podremos elegir, pero no sé si podremos hacerlo entre buenas opciones. Esas elecciones pueden ser muy importantes, pero pueden no serlo en absoluto. Pueden ser muy importantes si se afrontan como ocasión para plantear, por primera vez en la historia de nuestra democracia, un proceso electoral libre de la amenaza de la violencia asesina (al menos, libre de la amenaza directa), en el que los partidos presenten sus proyectos de sociedad en condiciones de mayor normalidad democrática. De no hacerlo así, estas elecciones pueden acabar convirtiéndose en las más vacías de cuantas se hayan celebrado nunca en el País Vasco. Y pueden acabar vacías, paradójicamente, a fuerza de querer llenarlas de todo tipo de contenidos. Afirma el constitucionalista Maurice Duverger que las elecciones parlamentarias se parecen más a un cuadro mediante el cual el pintor interpreta la realidad, que a una fotografía a través de la cual la realidad aparece fielmente retratada. Siendo así, escribe el profesor francés, el problema está en averiguar si el marco impuesto a la representación expresa las estructuras profundas de la sociedad, si corresponde a las líneas esenciales de la estructura de la opinión. Si extraer conclusiones sobre las preferencias profundas de los electores resulta altamente complicado en cualquier convocatoria electoral, pretender hacerlo con las próximas elecciones al Parlamento vasco constituye una temeridad. No convirtamos las elecciones en un referéndum. Lean, por favor, el trabajo del catedrático de la Universidad de Deusto José Ignacio Ruiz Olabuéngaga sobre la sociología electoral vasca. Que nadie utilice los votos para apoyar o rechazar cuestiones que no van a ser expresamente sometidas a la consideración de los ciudadanos. O que se pongan con claridad sobre la mesa.

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