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Tribuna
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Transiciones

Enrique Gil Calvo

Si la escenografía diseñada por Arzalluz como una obra en tres actos (primero, la tregua; segundo, las elecciones vascas; tercero, la segunda transición) llegase a cumplirse finalmente, nos enfrentaríamos a una época de cambio político caracterizada por la incertidumbre más radical, donde las posiciones prefijadas se tornan imprevisibles y los distintos actores colectivos cambian de actitud, de postura y hasta de bando con vertiginosa plasticidad. Tanto es así que, en esos momentos de crisis, o cambio de sistema, todo, hasta lo más impensable, llega a ser posible. Y es que, como han demostrado autores como Dobry, Przeworski o Schmitter y O"Donnell, en tales épocas se disuelve el determinismo de las estructuras sociales y de las instituciones organizadas (como los partidos políticos), pasando a cobrar un protagonismo de primer plano los líderes individuales, de lo que constituyen buen ejemplo los Suárez y González que protagonizaron en España la primera transición. Pues bien, si ahora vamos a enfrentarnos a una ocasión histórica semejante, ¿qué clase de temple cabe esperar de líderes actuales como Aznar, Almunia o Borrell? ¿Sabrán estar a la altura de los acontecimientos, jugando el difícil papel que se espera de ellos?Pero, además de la importancia crucial que adquiere el liderazgo, también hay otro rasgo que caracteriza a los periodos de cambio político acelerado. Se trata de la súbita reestructuración de la memoria colectiva, que reconstruye selectivamente el pasado (saldando cuentas, reparando entuertos y perdonando deudas) e impone una nueva definición de la realidad, desde la que se proyecta construir en el futuro un destino compartido en común. Aquí es donde interviene el doble concepto de transición como transigencia y transacción, estableciéndose un compromiso entre la concesión de amnistía general (lo que incluye una generosa amnesia) y la aceptación sin reservas de unas comunes reglas de juego, de las que ningún actor político resulte excluido.

Por supuesto, todo esto viene a cuento de ETA y el abertzalismo radical, que no se integró en el sistema político español durante la primera transición, y que por eso su exclusión ha pesado como una losa insuperable durante estos 20 años, distorsionando el proceso político y condicionando gravemente la consolidación de la democracia.

El resultado han sido los múltiples asesinatos causados por ETA (así como muchos otros crímenes menores debidos al terrorismo de baja intensidad), pero también la inadmisible respuesta reactiva de la guerra sucia, que sólo consiguió reforzar y reproducir la cultura de la violencia antisistema arraigada en las bases sociales de ETA. Pues bien, como es lógico, todo esto debe ser ahora comprendido y superado mediante una nueva amnistía (técnicamente difícil de negociar, pero políticamente inexcusable) que por supuesto debe afectar tanto a los delincuentes de ETA (o Jarrai) como a los del GAL. Sólo así se logrará integrar inclusivamente a todo el nacionalismo vasco en nuestro sistema político.

Pero en este sentido merece una mención especial el partido socialista, principal protagonista de la consolidación democrática, pero víctima propiciatoria del revanchista ajuste de cuentas en que degeneró, de 1993 hasta ahora, el sistema procedente de la primera transición. Y es que también el PSOE debe experimentar su particular segunda transición, 20 años después de aquella otra en la que renunció al marxismo atravesando su propio Bad Godesberg. Lo cual plantea un problema no sólo de liderazgo (dada su actual tricefalia efectiva), sino también de memoria colectiva, que hoy es para el PSOE un tema tabú. Es verdad que ahora sería la ocasión de amnistiar sus pasados errores, pero esto no significa limitarse a una ley de punto final que haga tabla rasa borrando toda responsabilidad. Eso sólo supondría negar y olvidar el pasado, y para superarlo se precisa algo más, pues hace falta asumirlo y enfrentarse a él reconociéndolo tal como es. Lejos de cultivar su amnesia, lo que el PSOE necesita es recuperar la memoria, a fin de explicarse, y sobre todo explicarnos, lo que entonces sucedió.

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