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Amor y sida

ENRIQUE MOCHALES Ultimamente ha aparecido una nueva modalidad de la hipocondría: los hipocondríacos del sida. Psicólogos y psiquiatras confirman que hay muchas personas convencidas de que portan la enfermedad, a pesar de reiterados análisis negativos. Gente que no bebe un vaso de cerveza en un bar porque cree que podría estar infectado. Gente que aún piensa que el sida puede transmitirse por el aire. Un anuncio televisivo apunta que el sida es ya la primera causa de muerte entre los españoles de 25 a 35 años, por encima de los accidentes automovilísticos. Otro anuncio advierte del riesgo que supone ser ciego, sordo y mudo ante la enfermedad. Han corrido ríos de tinta sobre la erosión del viejo concepto del amor libre y los nuevos comportamientos sexuales desde que apareció la enfermedad. Existen otras enfermedades que se transmiten sexualmente y el uso del condón es siempre recomendable cuando no se tiene pareja fija, e incluso, si me apuran, cuando ninguno de los miembros de la pareja fija se ha hecho el análisis del sida jamás. Pero el aspecto que a menudo se ignora es el de las relaciones entre seropositivos, o entre seropositivos y personas sanas. Por ejemplo: ¿alguien está bien informado de cuál sería el riesgo de hacer el amor con una persona seropositiva, aunque sea con preservativo? ¿Es seguro y fácil amar a un (utilizaré el despreciable término) sidoso? Está claro que me refiero a un amor erótico, a una relación de pareja con todas sus consecuencias. Estoy seguro de que, dadas las circunstancias, muchos abandonarían la empresa amorosa con un portador de la puñetera enfermedad que según ciertos locos nos envió el Supremo Hacedor. Eso no es censurable, cada cual puede hacer lo que le dé la gana. Pero creo que también hay otras muchas personas que no lo harían, que no desintegrarían su afecto amoroso por el virus. Sé que en secretos lugares hay un barco como el de la novela de García Márquez El amor en los tiempos del cólera, donde, sin necesidad de mostrar ninguna bandera que haga explícita la condición de los de a bordo, el amor navega. Donde un amor genuino flota sobre el río de todo lo que es ajeno a él.

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