El último gigante de Europa
Helmut Kohl ha pasado ya a la historia por haber sabido unir en un solo Estado a las dos Alemanias
"Hazlo otra vez, Helmut", "Que se vaya Kohl". Estos dos deseos contrapuestos, expresados en pancartas o a coro, acompañaron por calles y plazas al canciller de Alemania durante varias semanas de campaña en la que, pese a sus esfuerzos por hablar de la visión europea y de la moneda única como proyecto de futuro del continente, dominó el pasado y los recuerdos fueron más intensos que los proyectos.La guerra fría, la Alemania dividida, el estacionamiento de misiles nucleares de los años ochenta, la reunificación en 1990, el agradecimiento al ex presidente norteamericano George Bush y al ex líder soviético Mijaíl Gorbachov por haberla hecho posible, el éxito del marco, la señal de identidad de los alemanes, que acaban de celebrar su quincuagésimo aniversario... Kohl abordó todos estos temas una y otra vez ante auditorios que mayoritariamente fueron benévolos, pero raramente entusiastas. De Norte a Sur y de Este a Oeste, las bandas de música entonaban ritmos de fiestas populares y el canciller se ponía a hilvanar las ideas con la lógica de su propia vida, sin texto preparado.
Su profesionalidad, su experiencia de político nato no le bastaron para ocultar la tensión a la que estaba sometido su voluminoso cuerpo, que este año no se ha recuperado como en ocasiones anteriores en sus vacaciones en el Wolfgangsee y en el habitual ayuno que le ayuda a mantener el peso. Kohl, dicen los entendidos en Bonn, se ha disparado a los 160 kilos. Kohl jadea, resopla y se pasa con frecuencia el pañuelo por el rostro perlado de sudor, pero, a sus 68 años, goza de una energía y una capacidad de trabajo admirables, como lo ha demostrado en su campaña electoral.
Para concluirla, Kohl eligió la vetusta villa de Maguncia, donde, en el siglo XV, Johannes Gutenberg inventó la imprenta e imprimió su famosa Biblia. Maguncia, la capital del land de Renania-Palatinado, es la ciudad donde Kohl consolidó su carrera política entre 1969 y 1976, cuando era jefe del Gobierno de aquel Estado federal e iba acumulando méritos: en 1969, fue elegido vicepresidente de la CDU; en 1973, presidente, y, en 1976, diputado del Bundestag (Parlamento federal). En Maguncia, Kohl acuñó su imagen como uno de los jóvenes reformadores del partido de Konrad Adenauer. Realizó una importante reforma administrativa, fundó la institución del Defensor del Pueblo, siguiendo el modelo sueco, e institucionalizó un tiempo fijo para el diálogo con los ciudadanos.
Entre el público que había acudido a la plaza de la catedral de Maguncia para escuchar a Kohl había muchos niños. Aquello no necesariamente era un buen síntoma para el dirigente, pues más de un militante de la CDU reconocía que había traído a sus hijos porque no sabía si los pequeños tendrían otra oportunidad de ver al hombre que durante 16 años ha dirigido los destinos de Alemania y que, desde la tribuna, frente a la banda de música, pedía que le volvieran a elegir por quinta vez.
Cualquiera que sea su futuro, Kohl ha pasado ya a la historia por haber sabido aprovechar la oportunidad de unir en un solo Estado plenamente soberano los dos países alemanes surgidos a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y por haber anclado sólidamente la nueva Alemania en un proyecto europeo común tanto económico como político.
"Dentro de 15 años, cuando los que nacieron hoy crucen por primera vez la frontera y paguen con euros en Roma o en Helsinki, la moneda única será algo más que un medio de pago, será parte de su identidad europea y no será posible volver atrás", manifestaba Kohl en tono patriarcal. En Maguncia, Kohl se refirió a "la patria alemana en el futuro europeo" y utilizó la palabra Vaterland. A Kohl le corresponde el mérito de haber recuperado y limpiado esa palabra teñida de connotaciones nacionalistas y de haberla hecho compatible y armónica con un proyecto europeo, y ésa es la esencia y el gran mérito de su trayectoria política.
La carrera de Kohl está hondamente marcada por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. Sin ella, no es posible entender la pasión -y el dramatismo- que ha puesto en sacar adelante el euro, en contra de una mayoría de sus conciudadanos (un 62%, según las encuestas de fines de abril).
Nacido en Ludwigshafen, en la familia de un funcionario de Hacienda profundamente católico e impermeable al nacionalsocialismo, Helmut sufrió en su propia piel lo que es ser alemán contra Europa y sin Europa. En el otoño de 1944, Walter, su hermano mayor, murió en el frente a los 19 años de edad, cuando el futuro canciller tenía 15. El fin de la guerra está unido en la memoria de Kohl no sólo a la muerte del hermano, al que había visto por última vez cuando éste convalecía de unas heridas poco antes del desembarco de Normandía, sino a la surrealista celebración del último cumpleaños de Hitler en un estadio de Berchtensgadener (en territorio de Austria), adonde Kohl había sido trasladado junto con un contingente de niños evacuados.
Tras el hundimiento del Tercer Reich, Kohl marchó a pie durante varias semanas por el sur de la Alemania vencida, pasó hambre y durmió a la intemperie hasta que llegó al hogar familiar en Ludwigshafen. Allí, en 1947, ingresó en la Unión Cristiano-Democrática (CDU). En su autobiografía, Kohl recuerda haber contado su infancia a Mijaíl Gorbachov, y señala que tanto para él como para el último líder soviético, la paz no es sólo una palabra "sino una necesidad existencial fundamental".
Kohl gusta de repetir que Alemania, por primera vez en su historia, está rodeada hoy de países amigos por todas partes. Y esta constatación va seguramente más allá de la retórica. Para Kohl el ser querido y pertenecer a un país querido es enormemente importante. En su relación con la realidad, los alemanes de su generación tienen siempre presente la pregunta: ¿Qué pensarán de nosotros?, y Kohl ha conseguido que los suspicaces vecinos, víctimas del expansionismo alemán durante este siglo, dejaran de lado su desconfianza y dieran su visto bueno a la reunificación.
Kohl es un puente simbólico entre la Segunda Guerra Mundial y la normalidad de Alemania en el mundo. Él es aún parte de la Alemania que está pagando materialmente por su derecho a integrarse como un país normal en Europa. Adenauer pagó a los judíos, a Israel y a las víctimas de la Segunda Guerra Mundial. Kohl ha pagado a la Unión Soviética y a Rusia para que se llevaran las tropas que tenían estacionadas, y a los vecinos del Este y el Oeste, para que superaran sus reticencias ante la reunificación. Cuando Kohl deje el poder, su sucesor heredará un país que no tendrá que pagar por el pasado ni dar las gracias por ser tratado como un Estado normal.
La Historia ha salvado a Kohl de ser un canciller más. Una historia de la CDU, que fue redactada bajo su dirección, cuando Kohl era presidente del grupo parlamentario de la Unión Cristiana Democrática y de la Unión Social Cristiana (CDU/CSU) en el Bundestag alemán (1976-1982), lo presentaba como un "político de nuevo tipo" para quien la república de Weimar, el Tercer Reich y la Segunda Guerra mundial no tienen ningún valor como experiencia personal". Curiosamente, lo que Kohl quería destacar de sí mismo a principios de los ochenta era su capacidad para la discusión y la controversia. En este apartado, su balance tras 16 años de poder es más bien precario, como lo demuestra la forma en que ha rehuido un diálogo sincero y abierto sobre la reunificación alemana y las dificultades de integración entre el Este y el Oeste y ha preferido instalarse cómodamente en clichés desgastados. Kohl tampoco ha sabido animar los debates en temas como el euro.
Hasta la reunificación, Kohl fue víctima del desgaste político, de los escándalos financieros que afectaban al partido (aunque nunca a él personalmente), de las tensiones con la CSU y con su líder, Franz Josef Strauss, quien jamás le valoró en su justa medida. En 1989, sus enemigos dentro del partido se organizaron para defenestrarle, pero él ganó la partida. Después, llegó la Historia con mayúsculas. En su biografía, Kohl cuenta cómo condujo a Mijaíl Gorbachov hasta el Rin, durante una visita oficial del entonces dirigente soviético a Bonn en junio de 1989, y le dijo: "Tan seguro es que el Rin fluye hacia el mar como que llegará la unidad alemana y también la unidad europea". Y agregó: "La única pregunta es si lo hacemos los de nuestra generación o si continuamos con todos los problemas que esto supone". Gorbachov no contestó y Kohl se jacta de haberle provocado un proceso de reflexión de consecuencias conocidas.
El 9 de noviembre de 1989, cuando el muro se derrumbó y los alemanes del Este penetraron en masa en las calles de Berlín Occidental, el canciller Kohl se encontraba de visita en Polonia, dividido entre la necesidad de mostrar agradecimiento a los susceptibles interlocutores polacos o volar a Berlín para estar presente en los mítines masivos que se celebraban entonces.
Dados los medios con los que estaba dotada la embajada alemana en Varsovia por entonces, ni siquiera pudo seguir el acontecimiento por la televisión. El canciller, que tiene una portentosa memoria, no ha olvidado a quienes le apoyaron en aquellas semanas febriles, incluido el entonces jefe del Gobierno español, Felipe González, que le llamó por teléfono el 11 de noviembre.
Convencido de que no había "ninguna duda de que los alemanes quieren la unidad de su nación", Kohl trabajó febrilmente para que aquel proceso espontáneo cristalizara en su propio molde y no en las otras alternativas existentes. Por entonces, el canciller creía que las +estructuras confederativas predecerían a la confederación y que el proceso de unificación tardaría de cinco a diez años. El 28 de noviembre de 1989 presentó ante el Bundestag un programa de 10 puntos que irritó a los franceses, porque, tres días antes, en una cena privada con François Mitterrand, Kohl no había informado a su amigo de sus intenciones.
Los aliados de la Alianza Atlántica le recordaron al canciller que su plan había omitido un importante detalle, reconocer las fronteras orientales de Alemania. Kohl sostenía que sólo una Alemania reunificada podía pronunciarse sobre el tema, pero Mitterand, junto con los dirigentes Jaruzelski y Mazowiecki, le obligaron a pronunciarse sin ambigüedades sobre la frontera Oder-Neisse.
En julio de 1990, enfundado en la chaqueta de punto que se pone para subrayar la dimensión personal, que es su gran baza, Kohl arrancó a Gorbachov su consentimiento para una Alemania soberana y unida e integrada en la Alianza Atlántica. Fue en una dacha del Cáucaso, junto al río Selemtschuk. Mijaíl Gorbachov ya no estaba en disposición de imponer nada, a lo sumo de regatear.
El documento, denominado 2 más 4 (los dos estados alemanes y las cuatro potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial), preveía la retirada de las tropas soviéticas en un periodo de tres a cuatro años. Kohl no oculta en sus memorias cierta irritación ante las peticiones de Gorbachov de aumentar las sumas de dinero pactadas para la retirada de las tropas soviéticas. Una vez que el documento 2 más 4 se firmó y Alemania recuperó su soberanía, el 3 de octubre de 1990, la reunificación se hizo tal como quería Kohl y Gorbachov no pudo proteger a Erich Honecker y a sus camaradas comunistas de las responsabilidades judiciales ni de las traumáticas revelaciones que supuso la apertura de los archivos de los órganos de seguridad de aquel país.
Kohl es más que un dirigente. Es una institución, un fenómeno sin el cual es difícil imaginar la vida en Alemania. Con su estilo emotivo y campechano, con sus afirmaciones de sentido común, con su capacidad para establecer relaciones personales y de hacer referencia a los valores morales en el momento justo, Kohl supo ganarse la confianza tanto de sus conciudadanos como de la comunidad internacional. Sin embargo, tiene ante sí la factura por el paro, que afecta a más de 4 millones de personas, el estancamiento de la reforma económica y los recortes en el sistema de seguridad social.
En el este de Alemania Kohl ha dejado de ser un dios y su figura patriarcal y benevolente pierde a veces la compostura. Así le ocurrió Halle, en la antigua República Democrática Alemana, cuando, durante una comparecencia callejera, fue agredido con huevos y se lanzó a la persecución de su agresor, dispuesto a vapulearle con sus propias manos. Personas a su servicio afirman que en los últimos tiempos el canciller tiene dificultades para contenerse cuando come.
Kohl sabe apreciar las amistades (ya sea la del presidente ruso, Borís Yeltsin, como la del depuesto Suharto, de Indonesia) y recordar las traiciones, aunque, durante esta campaña, haya tenido que olvidar viejos resquemores para pedir ayuda a sus antiguos adversarios dentro del partido, como Lothar Späth, hoy director de una empresa de alta tecnología en el este alemán.
Emotivo y sentimental, el canciller lloró en público durante el entierro de su amigo François Mitterand y en alguna ocasión, recordando a su hermano Walter, se ha emocionado durante las reuniones de su fracción parlamentaria. Kohl puso el nombre de Walter a uno de los dos hijos que ha tenido con su esposa Hannelore, de 65 años, una intérprete diplomada con la que se casó en 1960, tras un noviazgo de más de una década que se prolongó mientras Kohl estudiaba Derecho, Ciencias Sociales y Políticas e Historia en las universides de Francfort y Heidelberg. Hannelore ha acompañado a su marido durante la campaña electoral. En la ciudad de Dormund, la banda de música tocó la melodía con la que se conocieron durante un baile de postguerra. En Maguncia, durante el mitin final, la esposa de Kohl no paraba de retorcerse las manos y de mirar con inquietud a un joven encaramado en el techo de uno de los edificios de la catedral, que profería gritos y silbaba con ánimo de sabotear el mitin. Pese a que, a veces, el joven resultaba bastante escandaloso, Kohl no miró ni una sola vez en su dirección, sino que siguió hablando y hablando durante más de dos horas, desafiando la fatiga y la resistencia del público.
A Kohl se le juzgaba ayer por 16 años de ejercicio del poder, pero la reunificación del país divide de hecho su gestión en dos periodos de ocho años. En un perfil del canciller publicado en Die Zeit, Günter Hofmann ha dividido la trayectoria política de Kohl en tres periodos: el primero fueron los años de aprendizaje en los que Kohl se concentraba en la lucha por el poder. Luego vino el gran estadista internacional, pese a los contornos algo difusos. Ahora, reaparecen en él algunos de los rasgos fundamentales de sus primeros años en la política. Realmente, pese a la nostalgia que ha impregnado la campaña, en ella ha habido destellos de sentido del humor y de capacidad de ponerse en cuestión a sí mismo.
Kohl, que ha sido visto con una corbata estampada con conejos y zanahorias, se ríe cuando le comparan con el Titanic (su antiguo enemigo Kurt Biedenkopf dice que si Kohl fuera el Titanic se habría hundido el iceberg), él mismo se compara con un elefante, y en una ocasión, cuando le preguntaron por qué no montaba un caballo, contestó: "La asociación protectora de animales protestaría y no sería bueno para mi campaña electoral". Todo indica que hay vida después de Kohl, también para el mismo Kohl.
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